‘Almas del mar’, un relato de Dan Percov

Almas del mar, un relato de Dan Percov. Los útlimos piratas reciben la oferta de un antiguo colega de «profesión». La taberna del puerto de Tortuga será el escenario de un pacto de desgracias.

Almas del mar

Unos pasos sonaban sobre la madera podrida del puerto de Tortuga. Caminando a la luz de una enorme luna llena, Johan Wolf entró en una pequeña taberna donde se reunían los últimos piratas que el mundo ha dejado con vida.

Las bisagras oxidadas chirriaban con un tono agudo, como el grito de una mujer en apuros. Johan hizo sonar sus botas roídas por el tiempo sobre las tablas del suelo, mientras observó con el ojo izquierdo, su único ojo sano, que dentro de aquella taberna, iluminada por una luz cálida proveniente de la llama de los candiles, había cuatro hombres. Tres piratas sentados frente a la barra, empapando sus gargantas con ron barato, mientras al otro lado estaba el camarero sacando brillo a un vaso con un trapo blanco.

Johan Wolf caminó sobre las tablas podridas por la humedad hasta sentarse en un taburete cercano a esos tres borrachos que balbuceaban con sus voces humedecidas por el alcohol.

Johan pidió una botella del mejor ron de la casa. El camarero dejó de limpiar aquel vaso y se lo puso enfrente, se dio la vuelta para coger una de las botellas polvorientas del estante más alto y le pasó el trapo con el que limpiaba el vaso. Uno de aquellos borrachos, el calvo y con arrugas en su rostro, miró a Johan y alzó su vaso de ron.

―Disfruta esa botella, amigo. Acércate, aquí estás en buena compañía.

―Nuestra época ha pasado, pero hemos escapado de la soga ―comentó otro de ellos.

―Es agradable estar entre hermanos ―dijo Johan acercándose a esos piratas.

Otro de los hombres que bebían en aquella taberna de puerto, el más bajo, feo y gordo, alzó su vaso y brindó por los hermanos del mar que la soga dejó secos.

―Por los hermanos del mar ―todos ellos alzaron su vaso y Johan levantó la botella que estaba bebiendo a tragos dejando el vaso vacío.

Todos bebieron de sus brebajes y el de más al fondo, el que era delgado y con pelo recogido en una pequeña coleta dijo:

―Ya no quedamos muchos, la soga nos ha dejado solos. Recuerdo los buenos tiempos, cuando estuve en el Time Bandit. En ese barco fue donde realicé más saqueos. Ese galeón inglés era una verdadera máquina de guerra. Me gasté todo el botín en mujeres, festines y en el mejor ron, pero ahora solo tengo para pagar esta mierda de ron barato.               

El hombre grasiento, feo, con unos dientes de menos empezó a hablar:

―Yo pude saborear las mejores hembras de cada puerto y eso que todas ellas dijeron que no. ¡Normal! Con mi cara, ¿qué loca se acercaría a mí? Ni con oro en las manos pude olerlas. Te juegas la vida en el mar y cuando me abrazó la suerte la aproveché bien, pero todos esos años acabaron, los ingleses y sus sogas han borrado del mapa a muchos compañeros de este gremio. Muchos temen surcar los mares. No son buenos tiempos para los piratas… Se ha acabado nuestra época.

El otro hombre, el que era calvo, interrumpió sus palabras con su voz grave:

―¡Yo no temo las aguas saladas! Ni en la tormenta más agresiva, ni en los vientos más furiosos me achanto del mar.

―Hay otros males aparte de los ingleses en estas aguas… ―dijo el hombre del pelo largo, el que había saboreado grandes placeres durante toda su vida de pirata.

―Sí… Encontraron a Fideo en la orilla del mar sin cabeza y también a los hermanos Leone… ―Añadió el hombre gordo y feo.

El calvo se extrañó y preguntó: ―¿Cómo supieron que eran ellos?

―Porque su cabeza estaba a cinco metros de sus cuerpos ―comentó el gordo―. Esos hicieron de todo, eran unos verdaderos rufianes.

El de la coleta alzó su vaso.

 ―Brindo por ellos, para que tengan un agradable viaje por el mar del más allá.

Todos alzaron sus vasos y sus voces ―¡Que así sea!

Mientras Johan escuchaba la conversación de aquellos borrachos, se levantó de su taburete pegado a la barra para acercarse a ellos y poder mirarles a los ojos vidriosos por el ron.

―Hermanos piratas, he estado escuchando vuestra conversación y veréis… Estoy reuniendo una tripulación de buenos piratas para ir a por el mayor de los tesoros ―dijo Johan con un tono profundo e inspirador. Mientras, los tres borrachos apoyaron sus vasos en la barra para prestar atención a las palabras de Johan―. Tengo un mapa con las indicaciones del mismísimo capitán John Versil. Con el lugar exacto donde enterró toda su fortuna conseguida con más de miles de saqueos con su barco, el Wizard.

―¿Quién eres, viejo lobo? ―Preguntó el hombre gordo antes de dar un pequeño trago.

―Soy Johan Wolf, el contramaestre del capitán Versil. Venid a mi barco y conseguiréis más riquezas de las que podáis gastar en lo que os queda de vuestra miserable vida.

Tras esas palabras, en la taberna solo se escuchaba el silencio que había entre cada soplo de viento que golpeaba la madera de las ventanas.

―¿Johan Wolf? ¿El ojo del mar?

―¿Johan Wolf? He oído decenas de canciones sobre ti.

―Sí, yo también le conozco. Dijeron que murió en el mar, como los verdaderos piratas.

―Uníos a mi tripulación e iremos por el tesoro de Versil, ese maldito rufián no hará nada para impedirlo.

Johan Wolf sacó una pequeña bolsita de cuero en la que guardaba sus monedas y dejó unas cuantas delante del camarero.

―Cóbratelo todo y quédate con el cambio.

Los hombres se levantaron para atravesar aquel chirrido estridente que hacía la puerta al salir de la taberna y caminar por las tablas del puerto iluminados por la luz de la gran luna llena de aquella noche, hasta llegar donde Johan tenía amarrado un bote.

―El viento sopla, pero no se mueve la niebla…

―Este viento será el que nos lleve… ―dijo Johan Wolf.

Empezaron a remar, mientras uno de ellos se quedó blanco tras observar a su alrededor.

―Aquella noche también pasaba esto… Sí, luna llena y niebla espesa…

―¿De qué hablas? ―Preguntó el pirata calvo mientras se ataba un pañuelo a la cabeza.

―Una historia que me contaron en otro puerto…

―¿Crees en las historias de fantasmas?

―¡Callaos! ¡Mirad ahí! Es el Wizard.

La niebla de aquella húmeda noche les dejó ver el viejo galeón de Johan anclado en aguas profundas. El Wizard, el barco del difunto capitán Versil.

―¡Maldita sea! ¿¡Fuiste tú quien lo mató!?

―Fue él quien me sacó el ojo derecho y se lo dio de comer a su loro. Me traicionó, intenté pararle los pies, pero el muy asqueroso mató a toda la tripulación. Luego me tiró a la mar y me abandonó a mi suerte. Tras días a la deriva pude sobrevivir y llegar a puerto con la ayuda de un amigo del gremio. Busqué a Versil y lo maté, lo maté en tierra.

―¡Por los siete mares! ¿Mataste a un capitán en tierra? Ese granuja se lo merecía. ―dijo el hombre gordo, el último en trepar por la amarra de estribor hasta subir al barco.

Todos se quedaron perplejos ante la monstruosidad de aquel antiguo navío.

―¡Subid a bordo, malditos rufianes! ―gritó el capitán Wolf―. Habéis matado, robado y violado. ¡Este será vuestro castigo!

―Pero, ¿qué dices?

―¿Qué broma es esta?

―¿Y los demás?

Comentaron aquellos piratas, extrañados por el tono violento de las palabras de Johan.

―¡Os presento al resto de la tripulación! ―anunció Johan Wolf con los brazos extendidos, antes de que en cubierta empezaran a aparecer fantasmas etéreos que se veían como la niebla de aquella fatídica noche.

―¡Es un barco fantasma! ―exclamó el feo y asustadizo pirata al ver como aquellos seres del más allá les rodeaban con movimientos fantasmales. Esos seres de ultratumba atravesaron el mástil, cajas y cañones para rodear a los últimos piratas que quedaban con vida. Los fantasmas tenían rostro humano, brazos y piernas humeantes de una niebla espesa que les erizaba el vello a esos rufianes.

―Asesinos, ladrones y violadores no hay quien os perdone. Asesinos ladrones y violadores de este castigo sois merecedores ―cantaron los fantasmas con sus voces espectrales al unísono.

―¿Dónde nos has traído? ¿Qué quieres, maldito?

―Quiero la redención ―murmuró Johan con un tono seco, mientras desenfundaba su sable y se acercaba al pirata del pelo largo para cortar su cabeza, que rodó por la cubierta dejándolo todo lleno de la sangre de sus recuerdos.

El del pañuelo sacó un pequeño puñal y fue directo a Johan, este cortó la mano derecha de su rival y después le cortó la cabeza con otro espadazo, el pirata calvo se quedó sin pañuelo. El otro pirata se había acercado a estribor para intentar llegar al bote, pero Johan alzó su sable y unas amarras enredaron mágicamente al cobarde pirata. Johan se acercó a él, caminado por la cubierta del Wizard, mientras los fantasmas seguían cantando su canción.

―¿¡Por qué lo haces, Johan!?

―Lo necesito, ellos dijeron que debía ser así… ―Murmuró Johan antes de cortar la cabeza de ese feo pirata. Con el sable manchado con la vida de los últimos piratas, Johan cayó de rodillas al suelo. Estaba sobre sus piernas, cabizbajo, pero aún mantenía su sable en la mano. Tras unos segundos de remordimientos alzó su mirada y gritó a los fantasmas mirando al vacío donde deberían tener sus ojos.

―¿¡Cuántos hermanos más hacen falta para que esto termine?! ―esas palabras resonaron por todo el barco, sonaban con la fuerza de la profundidad del alma del capitán Johan Wolf.

Sonaron tanto que el viento cesó mientras Johan continuaba hablando sobre su maldición:

―He perseguido a todos mis compañeros de gremio, los liberé como me dijisteis… Destruí su confinamiento mortal y liberé sus almas… Los maté, todo por vosotros. Y ahora no queda ninguno. Esa maldita guerra de la que habláis, esas aguas del más allá… Me habéis maldecido y he matado a todos los piratas. ¿¡Cuántos más hacen falta para que esto termine?!

―Solo falta uno ―dijeron las voces espectrales de aquellos fantasmas al unísono.

Johan miró su sable con la sangre del cuello de sus compañeros y tragó saliva malamente, por el nudo que tenía en su garganta, tras comprender las palabras de los fantasmas. ―Asesinos, ladrones y violadores no hay quien os perdone. Asesinos, ladrones y violadores de este castigo sois merecedores ―cantaron los fantasmas mientras Johan Wolf se clavaba el sable en el estómago y lo retorcía hasta caer muerto en la cubierta del Wizard, donde las cabezas cortadas de sus hermanos miraban a sus ojos sin parpadear, iluminados por una luna llena cuya luz les rodeaba. Johan veía como esa luz aumentaba hasta que sus ojos se quedaron del mismo color que la luna.

Almas del mar.

©Dan Percov

Fotografía de cabecera: Waewkidja

Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

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