‘Arcaven’, de Leandro Buscaglia. Capítulo 2: La flecha luminosa

Arcaven, de Leandro Buscaglia. Presentamos el segundo capítulo de esta intensa novela de fantasía y ficción. ¿Tendrá razón nuestro pequeño Luriel cuando asegura que Arcaven es real? ¿O será que su simpleza le impide aceptar que solo es un juego de realidad aumentada?

Arcaven, de Leandro Buscaglia.

Resumen del capítulo anterior: El pequeño Luriel trabaja en una feria de artesanía en las cataratas del Iguazú. Un día, comienza a prosperar gracias a algunas ideas que tiene mientras duerme… Aunque quizá esas ideas no vengan solas, sino que podrían ser producto de otra cosa…

Episodio 2: La Flecha Luminosa

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Los transeúntes comenzaron a agolparse para ver trabajar a Luriel en sus exquisitas artesanías. Ya sin necesidad de nuestra intervención, aumentaba el precio de sus productos conforme a la demanda de manera acertada. Sumó, además, una suerte de espectáculo con ribetes circenses que efectuaba al atardecer. Consistía en inventarse obstáculos que luego sorteaba con éxito ante una audiencia eufórica. Talló de espaldas, talló con el torno sujetado entre los dientes, talló con la uña del dedo meñique del pie. Talló todo lo que le pidieron, desde una abuela apenas descripta hasta abstracciones como la dignidad, la vergüenza y la traición, sin defraudar jamás a sus espectadores.

El policía Andrelo, por algún complejo mecanismo en su sistema de valores, se sentía estafado al ver que nuestro pequeño recibía dólares y dólares frente a sus narices. Resoplaba y daba zapatazos contra el piso como un nene emberrinchado. Para hacerle honor a aquello de que «la envidia puede más que la maldad», amenazó a Luriel, y esto frente a Marcos y algunos transeúntes anónimos, de que si no le daba diez dólares por día iba, redondamente, a levantarle el puesto.

—No seas basura —le dijo Marcos, acomodándose el mechón rubio de la frente.

—Pero si yo estoy dando mi vida para protegerlo, para brindarle seguridad…

—Y por eso cobrás un sueldo, ratón ¿Cómo le vas a pedir plata al pibe?

—Pero el sueldo que yo cobro no me lo paga él, porque no paga impuestos. —Se acarició el bigote. —Nadie trabaja gratis: si quiere protección, que me pague.

—Estás extorsionando a un nene de trece años…

—No es una extorsión, es un reclamo. Y tendrá trece años pero la junta con pala.

—¡Ahí está el problema! Te molesta que el pibe haga plata…

—Tener plata implica tener que protegerla. El pibe anda con esa caja llena de billetes y si no se la roban es porque estoy yo acá.

Luriel se interpuso con un billete de diez dólares.

—¡Tome!

—Así es como funciona —dijo Andrelo y se alejó satisfecho.

Marcos entró a su negocio soltando injurias contra el policía.

Fue entonces cuando el administrador del complejo Cataratas apareció acompañado por una hermosa señorita de pelo oscuro y falda corta, que se detuvo frente al paño de Luriel:

—¡Qué maravilla de tucanes!¡Qué soberbios esos gatitos!¡Qué divinos esos monitos!

—Sí, sí… Muy bonitos…

—¡Quiero!

Luriel infló el precio del monito de diez a setenta y cinco dólares. El administrador no supo negarse. Las venas le palpitaban en el cuello cuando nuestro pequeño le ofreció también lo que la dama creía un gatito, que no era otra cosa sino un jaguar, a la estrepitosa suma de trescientos dólares (en realidad costaba cinco). Lo pagó apurado para alejar a la morocha del paño.

Eufórico por haber ajusticiado al administrador, Luriel cruzó al kiosko sin atender al tránsito, y compró dos latitas de Coca-Cola para compartir con Marcos su alegría.

Cuando entró al negocio, lo encontró mirando los televisores de exposición.

—Tomá. —Le extendió una latita.

—¿A qué se debe esta celebración? ¿Andrelo te devolvió el billete?

Pfffffst. Abrieron sus latas.

—Pasó el administrador y le vendí un jaguarcito a trescientos dólares. Estaba con una chica y no quiso decir que no.

—¿El que te echó del complejo?

—Sí, ese. ¿Qué mirás en la tele?

—Una película de Emma Carpenter.

—¿Quién es?

—¿No la conocés? —Marcos tomó un trago de Coca y suspiró—. La chica más hermosa de este mundo.

—¿Dónde está? —preguntó Luriel y abrió los ojos tanto como podía.

—En cualquier momento aparece, no vas a necesitar que te la señale.

En la pantalla, dos quinceañeros mantenían una conversación  hasta que alguien llama a la puerta. Entonces… aparece Emma Carpenter. Sus ojos color miel y su pelo rojizo, libre y abundante, conmovieron el alma de nuestro pequeño. Nosotros quedamos, también, estupefactos. Jamás pudimos definir ese sentimiento que apenas pudimos acariciar, pero que nuestro pequeño experimenta hasta ahora.

Marcos se alejó para atender a un cliente. Luriel volvió a su puesto cuando Emma Carpenter salió de escena. Sacó los billetes que tenía: eran muchos, el administrador había tenido que rascar sus bolsillos. Un hormigueo recorrió su columna; esos billetes no entrarían en la caja: estaba llena. Metió cuantos pudo y quedaron afuera los últimos trece (no reparó en su valor). La caja era un bloque macizo de dólares. Luriel arrojó al cielo el sobrante y regaló todas las artesanías mientras saltaba, gritaba y abrazaba a los transeúntes. Sin embargo, una enorme congoja nacía en el centro de su cuerpo, fruto de la inevitable proximidad de una pregunta que no tenía respuesta: ¿Y ahora qué?

Luriel se posicionaba ahora en la búsqueda de un nuevo objetivo. Y es tan difícil encontrar el acertado como darse cuenta de que en ese nuevo nivel aún no se ha avanzado un solo paso. Estas deducciones florecían en corrientes muy profundas, él le atribuyó su malestar estomacal a la Coca-Cola fría y se abandonó al festejo.

Rato después volvió silbando a su ranchito. Encontró diferente el habitual paisaje de su barrio alumbrado por el sol de la tarde, porque siempre volvía de noche. Miró las calles, a sus vecinos y a su hogar con ojos nuevos. Se sentó en su piso de tierra, vació la caja de billetes y los separó en pilas según su valor. Cerca del anochecer terminó de contar. Escribió en la caja con su tímida caligrafía el número resultante: 5.753. Sucede que Luriel será excelente tallador pero muy poco sabe de matemáticas. El número correcto, lo sabrá mas adelante, es 57.530. Ató bien fuerte la caja con un hilo de yute que siempre estuvo en un estante y se acostó en el suelo con los pies sobre ella. Miró el retazo de cielo estrellado que se mostraba en la ventana. Una estrella especialmente luminosa inyectaba partículas de luz en sus pupilas, y las usó para dibujar el hermoso rostro de Emma Carpenter, que ahora  flotaba en el espacio, sonriéndole, hasta que se durmió.

Por primera vez en mucho tiempo, despertó cerca del mediodía con el sonido de una cigarra en la ventana. En el baño, la luz entraba por un agujero de la pared e iluminaba su rostro frente a un espejo roto y gastado, que su padre colgó alguna vez con un alambre. Se vio delgado; había ganado altura en los últimos meses. Sus ojos negros y chispeantes lanzaban todavía una mirada inocente. Se quedó un rato absorto, escuchando el sonido del agua que brotaba de la canilla. Lo perdimos por un chasquido de tiempo y regresó con una idea. Salió al terreno en busca de un tronco para tallar su obra maestra: el busto en tamaño real de Emma Carpenter.

No quiso usar el torno esta vez: sacó su viejo cuchillito y se puso a trabajar. Los pedazos de madera que desgajaba saltaban por los aires en todas direcciones, envueltos en una nube de aserrín que permaneció durante dos días, mientras Luriel se deshacía del sobrante grueso. El tercer día le dio forma al rostro: su cuchillito acariciaba la madera con tanta suavidad que logró una textura de sublime delicadeza. La sonrisa contenía genuina felicidad. Dedicó el cuarto día al cabello: pelo a pelo talló y parecían tan reales que uno podía verlos como envueltos por una brisa. Después estuvo tres días para lograr su mirada. Porque sus ojos los talló en solo un rato, pero su mirada le demandó mucho tiempo. No le alcanzó su cuchillito, tuvo que usar agua, barro y viento. Finalmente lo logró: el busto miraba como mira Emma Carpenter. Nosotros somos muy perceptivos, pero si no hubiésemos estado presentes mientras ese inerte pedazo de tronco adquiría forma, creeríamos que esa figura estaba viva. Siempre nos preguntamos si resulta posible que nuestro pequeño haya creado vida; mientras tallaba el busto, la mitad de él no estaba con nosotros, sino en otra dimensión, una que desconocemos e ignoramos a cuáles leyes se somete.

Contempló su obra terminada durante todo un día. Luego de pasar la noche tendido a su lado, la besó en la frente, la envolvió con sábanas, y caminó hasta el centro en busca de Marcos.

-2-

La sorpresa de Marcos cuando vio a Luriel entrar tambaleando con  la escultura envuelta en trapos lo obligó a desatender a un cliente.

—Te traigo algo. Pero acá no te lo voy a mostrar, vamos a otro lado —dijo Luriel con la voz esforzada y salió.

Caminaron hasta la plaza y se sentaron en un banco a la sombra.

—Mirá esto. —Desenvolvió el busto.

Marcos quedó boquiabierto, con la misma expresión con la que miraba la pantalla cuando Emma Carpenter aparecía en escena.

—Increíble… Es increíble…

Luriel no quería verla, porque le costaba dejarla ir, así que volvió a cubrirla.

—Te la regalo, porque sos mi amigo.

Marcos lo abrazó.

—Sos un genio.

No sabía cómo responder a eso, así que solo se encogió de hombros y dijo lo primero que se le vino a la mente, que es lo que nosotros discutíamos, porque nos agarró desprevenidos:

—Luriel creó vida.

Odiamos cuando pasa eso: estamos charlando sobre esto o aquello y, de la nada, la boca de nuestro pequeño se abre y se lleva un retazo de nuestra conversación. Es un verdadero peligro hablar sin pensar. Si quiere hacerlo, sépalo: está desnudo, expuesto, servido en bandeja de plata al mundo. Luriel tuvo suerte, pero no siempre que uno está servido en bandeja, enfrente hay un verdadero amigo que rechaza el menú.

—¿Qué llevás ahí? —Luriel llevaba cruzada en la espalda una mochilita de tela que Marcos jamás le había visto.

—La caja llena. —Se la mostró.

—¿Ese es el dinero que hay adentro? —Señaló el «5753».

—Sí, y no sé en qué gastarlo.

—Pero en esa caja hay muchos billetes de cien, de cincuenta… Y está llena… Tiene que haber más…

—¿Más? —dijo Luriel, y abandonó sus brazos hacia los costados.

—Sí… tiene que ser más. Vamos a contarlo.

Como Luriel es un jovencito ingenuo y Marcos resultaría un inconsciente, se pusieron a contar allí mismo, a la vista de todo el mundo. Tardaron poco más de una hora.

—57.530 dólares —dijo Marcos.

—¡Uh, es un montón! ¿En qué puedo gastarlo?

Podía hacer tantas cosas…

—¿Conocés Arcaven?

Ahí fue cuando descubrimos que Marcos era un inconsciente. No lo habíamos detectado porque sus conversaciones con Luriel no duraban más de medio minuto.

—No, ¿para qué sirve?

—Es un juego de realidad aumentada. En el negocio lo vendemos, cuesta cincuenta mil dólares, te sobra plata.

—¿Sobra?

—Sí, con lo que sobra podés comprar otras cosas…

—Puedo comprar comida, así no tengo que vender más artesanías.

—Tenés para un año de comida…

—¡Un año de comida! —Se imaginó su ranchito repleto de alimentos hasta el techo—. Pero el juego, ¿qué es?

—Es un juego de gladiadores, de peleas con espadas. Te va a gustar… y si llegás a ser bueno —Marcos  suspiró y miró hacia el cielo—, podés…

—¿Puedo qué?

—Emma Carpenter dijo que le iba a dar un beso al ganador.

Fue suficiente.

—¡Lo quiero!

—¿Ahora? ¿Estás seguro?

Sospechamos que Marcos evaluó la posibilidad de que su recomendación fuese una locura. Quizá pensó que su tonta idea se había salido de control, y que si le hubiese propuesto comprar un dibujo de Picasso, lo hubiera hecho tan solo para deshacerse del bloque de billetes. Quizá… Pero Luriel no dejó lugar para la duda y juntos se dirigieron a comprar un juego de cincuenta mil dólares porque contenía la promesa de un beso.

Entraron al negocio con paso triunfal. El padre de Marcos lo esperaba de brazos cruzados.

—¿Dónde fuiste?¿Cómo vas a faltarle el respeto a un cliente de esa manera? ¿Qué traés ahí?

—Esto es un regalo —dijo mientras escondía el busto detrás de un mostrador—. Tuve que salir para concretar una venta importante.  Acá mi amigo quiere comprar Arcaven.

—¿Arcaven?

—Y en efectivo.

Luriel sacó la caja de su mochilita y la entregó.

—Primero voy a buscar el juego, para que pueda probarlo —dijo Marcos y se fue por una puerta trasera. Se lo escuchó subir una escalera y transitar un piso metálico.

—Vos sos el pibe que vende artesanías acá en la puerta, ¿no? —El padre de marcos tenía una barriga prominente, cubierta por el cuadriculado blanco y bordó de la camisa.

—Sí.

—¿Con qué madera hacés las cosas?

—Con madera de árbol.

—Claro, sí, pero… No importa.

—No.

—¿Alguna vez jugaste a Arcaven?

—No, ¿usted?

—No, no… es para jovencitos. Eso de espadear en el aire por la calle…

Marcos reapareció con una cajita diez veces más pequeña que la de alfajores, blanca y desabrida, y extrajo de ella una tira de tela azul cielo.

—Ponete la venda.

—¿Esto es el juego? —dijo Luriel, sin disimular su decepción—. ¿Por qué es tan caro un pedazo de tela para jugar al gallito ciego?

Marcos y su padre soltaron una carcajada.

—Ponetelá.

Al hacerlo, se sorprendió de poder ver a través de ella, como si no llevara ninguna venda.

—¡Es una venda mágica! Así no tiene chiste jugar al gallito ciego.

Nosotros podíamos percibir la diferencia, podíamos ver los nanopíxeles.

—Para que el juego empiece, tenés que decir «iniciar Arcaven».

—Iniciar Arca…

—Esperá. Tenés que saber algunas cosas antes de empezar. Sos un gladiador y vas a pelear contra otros gladiadores. Si los derrotás, obtenés sus territorios y sus armas. Pero si perdés, entregás todo lo que ganaste y volvés a empezar de cero. ¿Sí?

—Sí. ¡Iniciar Arcaven!

—¡Bienvenido, gladiador! ¿Cuál es tu nombre? —dijo una potente voz que parecía provenir del cielo

—Luriel.

—¡Bienvenido a Arcaven, Luriel! Elige tu espada…

En el suelo se abrió un portal y emergieron de él nueve espadas que levitaban. Buscó los ojos de Marcos para recibir un consejo, pero obtuvo un gesto de impotencia. Nuestro pequeño no comprendía que solo él podía ver las espadas y escuchar la voz. Eligió la del medio, porque la forma de su filo le hizo recordar el pico de un tucán.

—¡Ahora busca gladiadores y véncelos! —Una flecha celeste se iluminó apuntando hacia la salida.

—¿A dónde vas? —gritó Marcos.

—¡Sigo la flecha! —Señaló Luriel con su «espada».

—¡Después podés jugar! ¡Te mostraba cómo funciona antes de comprarlo!

Cuanto más rápido corría, más veloz avanzaba la flecha. Dobló en la primera esquina hacia la derecha y cinco cuadras después hacia la izquierda. Entonces la flecha se esfumó y apareció frente a él, a una tirada de piedra de distancia, un gladiador.

—Entraste en el territorio de Lawoneton —anunció la voz del juego.

Además de una espada que duplicaba en tamaño la de Luriel, Lawoneton tenía escudo y armadura. Nuestro pequeño corrió sin titubear hacia él gritando a toda voz:

—¡Por Emma Carpenter peleo!

Entendimos en ese instante, junto con él, que había encontrado una nueva meta: ganar Arcaven y obtener el beso de Emma Carpenter. Nos preocuparon dos cosas: su reacción cuando comprendiera que la posibilidad de lograrlo era ínfima, y el tiempo que iba a tardar en descubrir que el juego no transcurría en el plano de la realidad, sino que era una simulación multisensorial. Con todo, nos pusimos, como no podía ser de otra manera, en posición de ataque y lo acompañamos en la pelea.

Quizá confiado en su superioridad armamentística, el contrincante tardó en acomodar su guardia y nuestro pequeño, siempre hábil en el uso de los filos, coló la espada por la rodillera de su armadura de forma tan compleja y espectacular, que llegó a hundírsele en el corazón. Lo que Luriel vio, y por ende nosotros, fue a Lawoneton tendido en el suelo, con sangre que le salía a borbotones. Aunque nosotros fuimos capaces de oír también los pasos del jugador derrotado alejándose, mientras la voz del juego decía:

—¡Felicitaciones, has derrotado a Lawoneton y te has adueñado de sus territorios y sus armas!

Un globo terráqueo holográfico se infló frente a él y le mostró el mundo en color escarlata. Luego hizo suficiente zoom para mostrarle que unos diez kilómetros cuadrados se teñían de azul cielo con la inscripción «territorio conquistado».

Esta fácil victoria exacerbó el ánimo de Luriel, quien calculó que besar los labios de Emma Carpenter iba a ser sencillo. Ahora, mientras Moloch_999 blande su espada sobre él, puede recordar aquel instante cuando imaginó el futuro como un camino llano, recto y unidimensional, tan diferente al que transitaría.

Continuará en el Capítulo 3

©Leandro Buscaglia, del texto e imágenes, 2022.

Tripulación CosmoVersus

Leandro Buscaglia
Leandro Buscaglia
Desde 1987 convirtiendo oxígeno en dióxido de carbono. En algún multiverso tengo los astros alineados, en este programo como un artista "posmo" y escribo como un informático conservador. Guionista, creador de las apps ficcionales 'Variante Innsmouth', 'Benjamín' y 'Aislakin'. Tengo cuentos en mi blog y la nouvelle 'Arcaven' en esta nave.

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