‘Arcaven’, de Leandro Buscaglia. Capítulo 3: Certeza

Arcaven, de Leandro Buscaglia. En el capítulo de hoy somos testigos del efecto que Arcaven está teniendo sobre la tierna mente de Luriel.

Arcaven, de Leandro Buscaglia

Resumen del capítulo anterior: Luriel, aconsejado por su amigo Marcos, prueba un nuevo juego de realidad aumentada donde descubre que tiene todo un mundo a sus pies, que lo llena de valor y ferocidad.

Capítulo 3: Certeza

-1-

La voz del juego indicó:

—Sigue la flecha.

Luriel llevaba dos espadas cruzadas en la espalda y el escudo colgado detrás de su hombro, como quien se cuelga una campera. Nos gustaba el nuevo Luriel, no vamos a negarlo; había progresado una enormidad. Pero también es cierto que nos sentíamos cada vez más ajenos a ese proceso de superación: mucho tenían que ver su amor, que apenas podíamos imaginar, y sus viajes a aquella «otra dimensión», a la que no éramos capaces de acceder.

Después de caminar unas horas, la flecha desapareció y la voz del juego, semejante a un trueno, dijo:

—HEB2.14 ha entrado en tu territorio a desafiarte.

Luriel sacó la espada más pequeña, se cubrió con el escudo y atendió todos los flancos, sin saber de dónde iba a llegar el atacante. De la tierra emergió música épica, con tambores, coros, chelos y platillos, y el cielo se cubrió de nubes densas y oscuras. Una bandada de cuervos descendió de las nubes y voló en círculos sobre Luriel. Es asombroso lo real del juego, nosotros mismos nos maravillamos. Hasta el reflejo en los ojos de los cuervos era el correcto. No podemos más que admirar a quienes desarrollaron algoritmos tan hermosos, aunque nuestro Luriel haya sido confundido por su magia.

Un gladiador cayó del cielo, detrás de nuestro pequeño. Estaba todo de negro: tenía alas brillantes y una armadura áspera. Lanzó un graznido y se acercó empuñando dos cuchillos pequeños. Uno apuntaba hacia arriba y el otro hacia abajo, a manera de tenaza. Luriel retrocedía escudado, mientras medía los movimientos de su adversario.

—Vas a morir —dijo HEB2.14.

Luriel le acercó el filo de su espada. El emplumado lo rechazó con sus alas.

Le gritamos:

—¡Rodealo y lastimalo en la espalda!

HEB2.14 se abalanzó cerrando su pinza mortal y logró arrancarle el escudo. Luriel desenvainó la espada grande y formó una cruz con la corta. El adversario volvió a atacar, pero Luriel desarticuló su tenaza abriendo la espada grande hacia un lado y la corta hacia arriba. El gladiador emplumado lanzó un graznido y volvió a la carga. Luriel, repitiendo su movimiento, logró despojarlo de sus cuchillos. Ahora él avanzaba con su cruz de espadas y HEB2.14 retrocedía.

El gladiador emplumado desenfundó una espada con el filo parecido al pico de un cuervo y la empuñó en lo alto. Luriel se lanzó por debajo de sus piernas antes de que pudiera descargarla y le hundió la espada en el nacimiento de sus alas. La sangre saltó a chorros. HEB2.14 lanzó un último graznido mientras la música épica aumentaba su intensidad y unos rayos dibujaban ramas de electricidad en el cielo.

—¡Felicitaciones, Luriel! Derrotaste a HEB2.14. Ahora eres dueño de sus territorios y sus armas —exclamó la voz del juego.

Marcos, que lo siguió todo el tiempo a una distancia prudente, se acercó y lo tomó del hombro.

—¡Descansá un poco!

—¿Viste cómo lo derroté? —dijo Luriel, y señaló con su espada hacia el cadáver que yacía en el piso.

El cielo se despejó y los cuervos se perdieron en el horizonte.

—¡Muy bien! Igual no puedo verlo sin la venda. —Lo palmeó—.  Es una simulación, en el suelo no hay nada.

Marcos le acercó la mano al rostro para levantarle la venda, pero Luriel lo rechazó:

—Tengo que seguir la flecha.

—Tomá el vuelto. —Le extendió un grueso fajo de dólares.

Luriel tomó el fajo y lo metió dentro de su mochilita de tela, que «misteriosamente» convivía en su espalda con tres espadas.

—¿Me dejás probarlo? —pidió Marcos, quien, según se adivinaba en su tono, con un dejo de reproche, hacía rato esperaba ser invitado.

Luriel se quitó la venda, y al ver que no había un gladiador muerto en el suelo, dio un salto hacia atrás e intentó desenfundar, sin éxito, sus armas.

—¡Revivió!¡Se llevó mis espadas!

—Tranquilo, sigue ahí. —Marcos, con la venda puesta, señaló al suelo. Tomó una espada y comenzó a blandirla.

Al verlo, Luriel pasó su mano por donde debería estar el filo y comprobó que la espada no solo era invisible, sino también, intangible. Dedujo que la venda le permitía ver el mundo de una forma más completa. Que sin ella se estaba perdiendo una parte de la realidad que lo envolvía. Necesitaba ver al gladiador emplumado en el suelo y a la flecha que lo guiaría hacia su nuevo contrincante.

—Devolveme la venda.

—Sí, ahora te la doy… —Contemplaba el filo de la espada con expresión estúpida.

A nuestro pequeño le agarró un ataque de desconfianza. ¿Lo había convencido de comprar la venda para después arrebatársela? ¿Podría quitarle la vida con su propia espada?

—¡Dame la venda!

Marcos retrocedió unos pasos.

—Un ratito, nada más…

—¡Ya está! —gritó nuestro pequeño, percibiéndose desnudo y traicionado.

—La venda es tuya, podés usarla todo el tiempo que quieras… Dejame ver cómo es el juego. ¿Puedo pelear contra un gladiador? La flecha indica que hay uno cerca, para allá.

—No, tengo que pelear yo.

Marcos se quitó la venda, pero sin entregársela:

—Solo es un juego, Luriel.

—Es real —dijo Luriel, encogiéndose de hombros.

—La venda tiene neurotransistores que alteran lo que ves, escuchás y tocás.

—¡El juego es real! —gritó con tanto entusiasmo que lo perdimos un instante.

¿Dónde fue? El pequeño nos hizo renegar con sus escapadas al «más allá».

—Solo parece real porque está muy bien hecho. —Marcos le entregó la venda. Luriel la apretó en su puño— ¿De verdad creés que peleaste contra un humano con alas de cuervo? Era un pibe un poco más grande que vos, de esta altura, con anteojos culo de botella y las manos delicadas como dos palomitas. Se fue lloriqueando cuando perdió.

—¿Cómo que se fue?

—Se fue para allá, zapateando y refunfuñando como un nene caprichoso al que le quitaron un juguete. No lo viste porque tenías la venda.

Luriel leyó la pequeña etiqueta en la venda: «Arcaven».

—¿Emma Carpenter es real?

—Sí, por supuesto.

—¿Cómo sabés?

—Nadie lo puso en duda. —Esbozó una sonrisa que desvaneció en segundos.

 «Quizá nada sea real», pensó Luriel.

Se sentaron en el cordón de la vereda. Luriel examinó sus manos: sus pliegues, sus huellas, un pequeño rasguño en el dedo meñique.

—No hay nubes —dijo Luriel.

—Ninguna.

—Pero hay olorcito a lluvia…

Nosotros percibimos el olor al que se refería, pero era demasiado débil para tenerlo en cuenta, solo hablaba de cualquier cosa para darse tiempo a pensar. Sus ideas estaban desordenadas. Muchas de ellas fuera de nuestro alcance, porque Luriel serpenteaba entre esta dimensión y la otra. Aparecía y desaparecía.

Entonces fue que lo decidió.

De forma consciente y sopesada, nuestro pequeño eligió tener la certeza de que el juego no solo es real, sino que es más real que cualquier otra cosa.

—El juego es real.

Se puso de pie, se colocó la venda y siguió la flecha celeste. Marcos quedó con los ojos resignados clavados en el asfalto.

-2-

La voz del juego le preguntó a Luriel si quería personalizar algo en su equipamiento. Solo pidió para su escudo la inscripción «Por Emma Carpenter Peleo» en letras doradas.

Caminó durante horas, siempre hacia el sur. Cuando llegó a la ruta, se dio cuenta de que la noche lo encontraría lejos de su ranchito. «¡Es hora de volver, mañana seguimos!», gritamos una y otra vez.  Luriel avanzó sin detenerse. La flecha celeste que levitaba frente a él lo tenía cautivado. A medida que oscurecía, la flecha brillaba aún más.

La noche cerrada lo cubrió en mitad de la ruta. El lector podrá imaginarse el espectáculo que representaba nuestro pequeño con una venda que brilla en la oscuridad. Los conductores, quizá aburridos de manejar durante horas, se entretenían gritándole todo tipo de ofensas. Luriel solo atinaba a saludar, sin entender lo que decían. Cuando se sintió cansado, se apartó del camino y se recostó contra un álamo a contemplar el cielo nocturno. Había esa noche dos capas de nubes: unas más altas y delgadas, casi inmóviles, y otras bajas y espesas que avanzaban empujadas por un viento que le hizo sentir algo de frío.

Se abandonó a recordar los sucesos del día. No pudo más que sentirse orgulloso: dos enemigos derrotados. La voz del juego le preguntó:

—Luriel, ¿quieres ver los territorios conquistados?

—¡Sí!

Se quedó largo rato mirando el pequeño trozo de territorio azul cielo, el suyo, en el mapa que el juego proyectó en las nubes. «Mi territorio», pensó. Era ínfimo comparado con el resto, de color escarlata, pero suficiente para contener una enorme esperanza. Porque, según sabemos, cuanto más grande es la esperanza, menos espacio necesita. Entendía, porque un poco todos entienden los principios básicos con los que funciona el universo, que cuanto más ganara, más tendría que defender y más poderosos serían sus enemigos. No fue un inconsciente al tomar este camino; conocía las consecuencias. Puede el lector, llegado el momento, juzgar a nuestro pequeño de equivocado o hasta de estúpido, pero no, ya en este punto, de inocente. La inocencia de Luriel se ha perdido en el transcurso de los acontecimientos. Es probable que esta afirmación tome al lector por sorpresa, pero consideramos importante señalarla para que abandone un posible exceso de compasión.

Sabemos que ahora el lector se siente capaz de vislumbrar los acontecimientos que resultaron en el instante actual, en el que la espada de Moloch_999 blande sobre Luriel. Sin embargo, debemos corregirlo: por muy seguro que esté de lo contrario, aún se encuentra sintonizado en una dimensión desde la cual es imposible entender lo que en el momento presente sucede.

-3-

Luriel despertó en la mañana por las cosquillas de una hormiga en su pierna. Abrió los ojos y pudimos ver: las hojas del álamo se hamacaban en la brisa entibiada por el sol. El sonido de un vehículo acercándose lo despabiló y saltó hacia la ruta con el pulgar levantado. La conductora clavó los frenos: nuestro pequeño parecía un suicida.

—¿Estás bien?¿Y esa venda?

—Es para ver mejor.

—¿Te puedo ayudar en algo?

Luriel rodeó el auto, abrió la puerta del acompañante y se sentó.

—Sigo la flecha. —Señaló hacia al frente.

La mujer se encogió de hombros y reinició la marcha. Tenía el pelo rubio atado, los ojos celestes y la expresión seria. Ella era elegante, pero su auto estaba descuidado, con envoltorios de comida en el piso y papeles escritos por todas partes.

—Me llamo Luriel, soy un gladiador.

—Qué bueno. —Sacó su teléfono y se puso a teclear. Su mirada alternaba entre el camino y la pantalla.

—Sigo la flecha para buscar gladiadores.

—Ah, sí… El hijo de una amiga también juega a eso. —Se llevó el teléfono al oído—. ¿Hola?

Durante largo rato habló sobre la remodelación de un baño. A Luriel le resultó intrigante la palabra «grifería», pero no se animó a preguntar.

—Es más que un juego, es real —dijo, apenas ella cortó.

—Ah —contestó sin demostrar interés, casi maleducada.

Luriel frunció los labios. ¿Por qué lo ignoraba como a un insecto inofensivo? Una hormiga caminaba por el tablero del auto y supo que él la había traído. Se encontró en el espejo del tapasol con un casco medieval reluciente, pero se quitó la venda y descubrió un chico sucio y despeinado. Abandonó el espejo y vio que los pantalones de joggins le quedaban cortos, y la tela estaba tan gastada que en algunos sectores se traslucía. Sus zapatillas de lona, tan diferentes a los borceguíes de acero que la venda le mostraba, tenían un color que ninguna persona podría definir: ¿fueron blancas alguna vez y ahora parecían negras?, ¿fueron negras alguna vez pero ahora se veían grises? Su mochilita de tela era del mismo azul que sus joggins y estaba igual de maltratada; alguna vez tuvo impreso el logo de un supermercado, pero ya no quedaban rastros.

La mujer lo miró, ahora sí, en los ojos.

—¿No jugás más?

—Me bajo acá. —Había un pequeño pueblo al margen de la ruta.

La mujer detuvo el auto y le regaló una sonrisa. ¡Por fin le conocía los dientes! Después de ocho segundos, volvió a ocultarlos:

—¿Vas a bajar o no?

Ya con la venda puesta, pero sin hacer caso a la flecha, Luriel se adentró en el pueblo.

—¡Mirá, mirá! —Escuchamos que unos niños decían en una ventana—. Un jugador de Arcaven.

—Debe ser un trapito cualquiera, se quiere hacer el importante…

—¡Che, gladiador! —Luriel volteó hacia ellos—. ¡Atajate esta! —Le tiraron una manzana podrida que esquivó con agilidad.

Unas cuadras más adelante, una tienda de ropa de vestir aseguraba en sus carteles ser la mejor del pueblo, a la vez que la única. Luriel entró e inspeccionó con minuciosidad todos los percheros ante la mirada de un vendedor anciano y deshumorado. Finalmente, expuso sus preferencias:

—Quiero ese traje azul, esa camisa, una camiseta de esas y un calzoncillo… negro.

—Lo que el señor diga . ¿Va a  pagar al contado?

—Voy a pagar con plata. Me quiero cambiar.

—En el vestidor —señaló con el pulgar.

Ningún zapato lo convenció; terminó eligiendo zapatillas deportivas. Repartió sus dólares en los bolsillos del saco, puso toda la ropa vieja en la mochilita y se la entregó al viejo antes de salir:

—Esto es basura. ¿Dónde puedo desayunar?

—A dos cuadras está la confitería.

Mientras esperaba su café con leche, usó las instalaciones sanitarias para bañarse. Solo diremos que se paró sobre el inodoro y le practicó perforaciones al depósito colgante para convertirlo en una ducha.

Cuando salió, el desayuno estaba servido. Lo terminó en pocos minutos y se echó hacia atrás, satisfecho. Se quitó la venda para mirarse en el espejo de la pared:

—Ahora sí —dijo.

Continuará en el Capítulo 4

©Leandro Buscaglia, del texto e imágenes, 2022.

Tripulación CosmoVersus

Leandro Buscaglia
Leandro Buscaglia
Desde 1987 convirtiendo oxígeno en dióxido de carbono. En algún multiverso tengo los astros alineados, en este programo como un artista "posmo" y escribo como un informático conservador. Guionista, creador de las apps ficcionales 'Variante Innsmouth', 'Benjamín' y 'Aislakin'. Tengo cuentos en mi blog y la nouvelle 'Arcaven' en esta nave.

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