‘El payaso llorón’. Un relato de Edu Melero Verdú

No era muy lujoso… bueno, no era para nada lujoso. Podría decirse que era… rústico. Sobre todo esa cama que, esperaba, tendría al menos las sábanas cambiadas.

Podría decirse que… bueno, la verdad es que mejor era no decir nada. Cuando no tengas nada bueno que decir… di algo MEJOR. Esa era una de las máximas que le habían enseñado a Rochelle de pequeña. Aunque, francamente, nunca le había ayudado, sino más bien complicado la situación. En fin; tenía que reconocer, a fin de cuentas, que el… lugar tenía algo bueno: que era el sitio más barato de toda Marbella.

Rochelle revisó las cajoneras de la cómoda, tras guardar la escasa ropa que traía (escasa desde su punto de vista, claro): la madera estaba muy gastada y comenzaba a desconcharse. Sonrió ante el contraste que representaba ese mueble, viejo y ajado, con ella, joven y con tanto por delante. Se dio cuenta de que el mueble también habría pasado por distintas manos, y ya dejó de gustarle la comparativa; así que simplemente cerró el cajón, se dio la vuelta y contempló la habitación.

Era horrible. Sobre todo ese cuadro con el payaso llorando, absolutamente escalofriante.

Pero bueno, para eso estaba: para retarse a sí misma, para ver hasta dónde era capaz de llegar. De momento, hasta la piscina. Rodeada por una cerca, el lugar parecía agradable, y aquél día estaba lleno; si tan sólo no tuviera esas manchas verdes en el fondo… el hotel Cutre’s estaba un poco apartado de la ciudad, pero aun así, no muy lejos de la calle principal. Los edificios (en su mayoría, casas bajas de colores chillones), formaban algo así como un bosque de tejados desperdigados por la árida tierra. En algún momento bajaría a explorarlos, como una scout que nunca hubiera salido de acampada. ¿Empezaba a entusiasmarse con el nuevo sitio? ¡Parecía que sí!

Volvió, pues, a la habitación, para coger su bikini y darse un remojo… o al menos tomar el sol. Al subir (se accedía a las habitaciones por una terraza cubierta en la parte trasera del edificio), no pudo evitar fijarse en el hombre en traje que entraba también a la habitación de al lado de la suya. Y, una vez dentro, no pudo evitar escuchar la conversación entre varios hombres que tenía lugar en el cuarto adyacente; palabras como «ataque», «imbécil», o «venganza» se filtraban a través de la fina pared que separaba ambas estancias, todas en un perfecto inglés; y mientras, en el cuarto de al lado, se escuchaban los gritos de una chica joven, ahogados por los atroces sonidos de la televisión a monedas que tenían todas las habitaciones.

Tratando de despejar todas las ideas negativas que le venían a la mente, Rochelle se dirigió a la cama, se subió al colchón y asomó la cara por el ventanuco rectangular que había encima; y el culo de una paloma la recibió. Se apartó rápidamente y se dejó caer sobre la cama, esparciendo su melena rubia por la vieja cubierta de patrones geométricos. Mirando al techo (un mero empaste de varias pinturas en diferentes tonos de blanco), repasó el día, y el resto de días que la esperaban en esa tierra extraña y nueva…

«Bueno, al menos me darán desayuno también», pensó.

©Eduardo Melero Verdú, 2021

Edu Melero es colaborador en CosmoVersus. Algunos de sus relatos forman una serie con los mismos personajes; este sigue los eventos de Sola en el desierto.

Tripulación CosmoVersus

Eduardo Melero
Eduardo Melero
Si fuera cuadro en vez de persona, sería algo así como esas acuarelas de paisajes tan ajadas y difuminadas que parecen una pintura fauvista (cuando es en realidad un lago con nenúfares). Podría parecer que esto es una desvaloración a mí mismo, pero todo lo contrario: me encantaría tener todos esos colores.

Soy un periodista que, mientras está en paro, enseña música. También soy un músico que, mientras no toca, escribe críticas, diálogos, o cualquier burrada que se me pasa por la cabeza. Si veis mi nombre y frases aquí, es gracias al creador de este blog. ¡Pero no le digáis que os lo he dicho!

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