‘El pueblo del turbante gris’, un relato de Javier Parera Gutiérrez

En el barrio de Whitechapel se suceden extrañas desapariciones desde que se ha instalado una comunidad hindú adquiriendo numerosos inmuebles. Descubre la verdad con este relato. El pueblo del turbante gris, de Javier Parera Gutiérrez.

EL PUEBLO DEL TURBANTE GRIS

 

         -¿A qué se debe el motivo de su visita?

         El hombre que hablaba de esta manera era alto. Su cabello negro y sus ojos despiertos eran rasgos destacados en su rostro alargado. Se hallaba sentado en un mullido sofá de terciopelo rojo. Delante de él se encontraba un individuo de cara redonda, calvo y constitución corpulenta. Ambos estaban en una amplio estudio.

         -Me llamo Ben Turner -dijo el otro hombre-. He sido elegido por el vecindario de Whitechapel para hablar de un delicado asunto. Usted,  Edward, investiga asuntos sin aparente explicación con frecuencia.

         -¿De qué se trata? -preguntó el detective.

         -Hace unos meses se instaló una comunidad hindú en nuestro barrio. Muchos compraron su casa y unas familias vivieron allí como alquilados. Luego apareció un rico personaje de su mismo pueblo. Se llama Rajdur Abual. Compró una magnifica mansión. Estaba en ruinas, pero con su fortuna la rehabilitaba. A continuación compró del teatro Comique Building.

         -Sí he oído hablar de él. Lo cerraron hace tres años por denigrantes espectáculos.

         -En efecto. Luego con su dinero lo acondicionó para representaciones de obras orientales. Desde la llegada de esta comunidad ocurren extrañas desapariciones, en la mayoría de los casos mendigos y prostitutas que nadie reclama. En algunas noches se notan temblores bajo tierra y se escuchan gritos ahogados. Parecen provenir del teatro. Le pedimos que trabaje sobre estos hechos. Pagaremos su honorarios.

         -No se preocupe de esto. ¿Desea más coñac?

         Ben asintió con la cabeza y el detective llenó su copa. Por su parte él también saboreó aquel licor francés. Después el cliente abandonó su casa y el investigador se asomaba en la ventana de la habitación. La enorme ventana mostraba el parlamento inglés, el Big Ben y el río Támesis, franqueado por un puente. Atardecía y las oscuras nubes amenazaban. Aquel otoño de 1932 era muy lluvioso en Londres. A continuación se sentó ante la mesa de su despacho y trazó las directrices de su nuevo caso sobre un papel.

 

         La noche era fría y la niebla se había extendido en el laberinto de calles del barrio de Whitechapel. Edward dejó su coche antes de entrar al misterioso distrito y después paseó por aquellas húmedas aceras hasta detenerse en la fachada del teatro. Aquella jornada estaba dedicada a la representación de La mujer de Bombay, un drama entre dos soldados rivales peleados por una dama. Hileras de hindúes se hallaban ante la taquilla. También podían acudir ingleses, pero se veía escasa gente de su localidad. El detective pagó su entrada y pronto se sentó en una butaca para ver la obra. El escenario era pequeño y tenia la estructura de un semicírculo. Se subió el telón y se inicio la representación. Después de dos horas la citada obra terminó con numerosos aplausos y el público se fue marchando lentamente del lugar. Con disimulo Edward se introducía entre quienes abandonaban el edificio, pero en un determinado momento se deslizaba hasta un pasillo y se escondía entre unos cortinajes de seda. Nadie se fijó en su maniobra y el teatro se quedó vacío. Se apagaron las luces. El investigador encendía una pequeña linterna que llevaba en el bolsillo de su chaqueta e inició el recorrido por el citado pasillo. De repente vio una sombra y temió que un hindú rezagado lo descubriese. Inmediatamente se abalanzó contra él para golpearlo y dejarlo inconsciente durante un tiempo, pero aquella sombra contraatacó. Bajo la débil luz de la linterna vio el rostro de un muchacho.

         -¿Quien eres? -pregunto el detective.

         -Me llamo Ronald y estoy buscando a mi novia -contestó él con ciertos nervios-. Desapareció hace dos días y la vieron por última vez en Whitechapel. Voy a saber qué pasa aquí.

         -Eres demasiado impetuoso -dijo Edward.

         -¿Quién eres tú?

         -Investigo el misterio que rodea a esta comunidad hindú. No hablemos y sigamos el camino de este pasillo. Sospecho que vamos a encontrarnos con sorpresas.

         Siguieron el recorrido con prudencia y vieron una maciza puerta de roble. El detective la abrió sin resistencia y bajaron por unos escalones muy empinados. De este modo llegaron a una inmensa cámara. Se hallaba bajo tierra y allí había otro escenario de estructura semicircular. En su centro destacaba un foso del cual emanaba un hedor repugnante. Los intrusos  observaron que ocupaban un palco bastante elevado y desde allí podían ver mejor la escena.

         -Se oyen ruido de pasos -susurró el detective-. ¡No esconderemos detrás de esas cortinas.

         Cuando se protegían, veían cómo una alargada hilera de encapuchados entraba por otra puerta y se sentaba ante la enorme tarima. Otros hindúes trajeron a través de una plataforma con ruedas un gong de considerables dimensiones. La concurrencia se fue ampliando de más personas. Después un telón se alzó lentamente y apareció un hombre de destacada estatura. Llevaba su cabeza coronada por un turbante gris. En su rostro se observaba una poblada barba y una sonrisa malévola. A continuación entonó unas palabras ininteligibles y golpearon el gong tres veces. Los encapuchados se despojaron de su túnica y se vieron a numerosos hombres con turbantes grises y ataviados con chalecos negros. De su cinturón colgaban cuchillos curvos y un pañuelo. Edward sintió por un momento un indecible temblor cuando vio aquel espectáculo. Se trataban de los antiguos thugs, una secta hindú que desapareció en el siglo XIX. Los colonos ingleses consiguieron acabar con unos individuos que se dedicaron al asesinato con el estrangulamiento de sus pañuelos. Al mismo tiempo eran ladrones de comerciantes y saqueadores de poblados. Pero Edward tenía miedo porque aquel ritual podía ser el renacer de aquella temida secta. El muchacho callaba, pues el espectáculo le privaba de cualquier reacción.

         A continuación los hindúes iniciaron un murmullo que se convirtió en un cántico. De la fosa emergieron unas espesas columnas de humo. Después entre una profundo hedor apareció un gigante de tres metros cubierto con una armadura medieval. Tenía cuatro brazos.

         -Sabéis que el poder de los thugs volverá para vengarse de los estúpidos ingleses que creyeron exterminarnos -dijo el líder de la secta-. Durante un siglo hemos permanecido escondidos en la India. Pero ahora seremos nosotros quienes golpearemos cuando nos situemos bien en su reino. Kali, la diosa de la Muerte, nos ayudará y nuestro gigante, formado por las sacrificios de personas desaparecidas, será nuestra mano para aterrorizar a sus habitantes.

         Los hindúes se reverenciaron ante su líder y el cántico prosiguió. Edward y Ronald observaban el ritual.

         -No podemos hacer nada -dijo el detective apesadumbrado-. Dos personas no pueden luchar contra estas decenas de fanáticos. El horror que ha emergido de esa fosa parece invencible. Debemos llamar a Scotlant Yard para que inicie un exhaustivo registro en este edificio.

         Cuando de preparaban para abandonar el lugar, en la penumbra Ronald tropezó con una inclinada barra de hierro, que cayó al suelo seguidamente y produjo un metálico sonido que sobresalió por encima del murmullo.

         -¡Intrusos! -exclamaron los thugs al unisono-. ¡Mirad! Se hallan en ese palco.

         Inmediatamente, cuchillos en mano, los hindúes subieron como monos por los escalones y apresaron al detective y al joven Ronald. Maniataron sus brazos. El detective forzó sus músculos y con ese viejo truco, cuando dejasen de tensar, tendría menos problemas para deshacerse de las ligaduras. Después fueron llevados ante la presencia del líder, quien les esperaba con una cínica sonrisa.

         -Imagino que eres Rajdur Abual -dijo el detective.

         -En efecto -siguió el individuo-. Mi idea es el regreso del poder thug y vengarme de los ingleses, quienes un siglo antes intentaron exterminarnos.

         -No lo conseguirás. Sois un grupo reducido todavía.

         -Lentamente nuestro poder aumenta y extenderemos nuestros ideales en otros puntos de este país. En tu caso veo que eres un curioso más. Pagarás tu amigo y tú por presenciar este ritual. No saldréis vivos de esta cámara.

         -No estés tan seguro. Scotland Yard y la gente del barrio saben que yo investigaba este teatro.

         -¿Dónde está mi novia? -preguntó Ronald, que aunque tuviese los brazos maniatados sentía el impuso de abalanzarse contra el líder.

         -Hemos capturado a esta muchacha -dijo Rajdur-, pero forma parte del ritual para engrandecer el poder de este gigante.

         A continuación los thugs trajeron a una joven mujer cubierta de harapos.

         -¡Constance! -exclamó el enamorado.

         -No perdamos más tiempo -dijo el líder-. Ahora seréis arrojados a la fosa y luego seréis parte de nuestro gigante. Solamente existe una manera de destruirlo por si en algún momento se cree más poderoso que nosotros. ¡Golpeando cinco veces el gong! Pero guardamos esta pieza imprescindible para nuestros futuros planes. ¡Eh! ¿Qué significa este ruido?

         -Parecen disparos -contestó un thug.

         A continuación por los palcos y los escalones aparecieron decenas de policías de Scotand Yard. De momento se quedaron quietos ante el gigante de la fosa. Los asesinos desenvainaron sus puñales curvos pero después del tiroteo los supervivientes arrojaron sus afiladas hojas y sus pañuelos. Entonces Rajdur ordenó que su gigante atacara. Pero Edward fue más rápido en su reacción. Sus ligaduras apenas le apretaban por el esfuerzo de sus músculos y pronto se deshacía de ellas. Se acercó ante al gong en un par de zancadas y golpeó cinco veces seguidas el sonoro instrumento. Inmediatamente el gigante de tres metros se fundió como el hielo ante el calor y desapareció en la fosa. En aquel momento alargó un brazo y su mano atrapó al líder por la pierna derecha. Ambos se fundieron en el foso. El comisario Roberts lideraba aquel grupo de agentes y ordenaba que las primeras detenciones. Ronald fue desatado y se abrazó desesperadamente a su novia.

         -No esperaba su intervención en este caso -dijo el detective al comisario.

         -Veíamos que continuaban la desapariciones y algunos testigos aseguraban repetidamente que se producían cerca de este teatro. Empezábamos la redada, pero ignorábamos que debajo de este edificio se hallaba otro escenario con estos rituales. Tampoco sabíamos que usted había iniciado la investigación de este caso.

         -Me lo pedía el vecindario de Whitechapel, que estaba alarmado por este miedo.

         -¿Qué era esa cosa de la fosa? ¿Y de dónde provenía ese olor fétido?

         -¡Un monstruo surgido de la magia de ese Rajdur! El desagradable hedor proviene de los cadáveres de las víctimas desaparecidas y con su poder crearon a ese gigante. Se llevó a su amo al mismo foso. Pero ahora ni su criatura ni él podrán dañarnos. Hemos evitado el último sacrificio. Esta pareja de jóvenes merecen volver a sus casas. Se deben olvidar de estos malos momentos. Detengamos a estos thugs y destruyamos este teatro que solamente causa una mala imagen a Londres.

©Javier Parera Gutiérrez

Fco.-Javier-Parera-Fotografia

Francisco Javier Parera Gutiérrez

Nacido en Tarragona en 1966. Ha colaborado con sus poesías y relatos en numerosas revistas literarias L’Espineta de Tarragona, Estímul, Diari de La Canonja, La crida de Cambrils, Les gralles de Valls y Notícies TGN. Pertenece a diferentes círculos literarios Col.lectiu Indret y Poetes de l’Ebre. Imperatrix Romae i altres narracions, Código aventura, Contes del morbós i de l’escabrós, Els últims dies del dictador Valdés i altres narracions, Una prima de París y otras narraciones y Bianjing era el meu somni i altres narracions son sus libros editados ahora. Le han publicado la obra de teatro Carlomagno en Alhucema. Entre sus aficiones se encuentran la literatura, en especial el tema fantástico, el comic y el cine.

Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

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