‘Entrevista post-mortem’, un relato de Marcos A. Palacios

Entrevista post-mortem, un relato de Marcos A. Palacios. Un joven dedicado a los fenómenos paranormales decide visitar un santuario donde, según dicen, se aparecen unos monjes medievales.

Entrevista post-mortem

Si llego a saber lo alto que está el Santuario de Fray Román vengo otro día. Ya se me ha hecho de noche, y en el pueblo no hay habitaciones. No importa, la caravana tiene un futón bien cómodo y no soy dado a los lujos. El trabajo es el trabajo.

Con esta historia me gobernaré una entrevista con Reeker Loménez. Eso si no me echa de los estudios. La última vez, fue por ser muy pesado, según sus palabras. No llevo mucho tiempo en esto de los fenómenos paranormales, aún estoy muy verde. Si es a eso a lo que se refería, bien, me da igual, la experiencia va en aumento.

En esta ocasión vengo preparado. Aquí, en el Santuario de Fray Román, dicen que hay espíritus. Muertos en no sé qué masacre en la época califal. Es mucho follón, porque de Historia no entiendo nada. Parezco un desastre, pero cada uno falla en algo, y tengo mis virtudes. Luego que no se diga que no es por pasión y arrojo. Que yo, si me tengo que lanzar, me lanzo.

Aunque ahora preferiría estar viendo Avalon Prime en casa, repasando todos los programas de Loménez. Ese sí que es una fiera. El programa en el teatro en la Noche de Ánimas de hace unos años me inspiró, más que asombrarme. Muchos decían que había demasiada “actuación” (¿Lo pilláis? Actuación… teatro).

Pero yo sé que allí había algo. Sus invitadas no me convencían, no estaban a la altura. Sin embargo, la diligencia de Reeker para reunirlos a todos brillaba como… ¿una luz? ¡Una luz! Sí, allí, detrás de los pinos… Se ha movido, estoy seguro. Venga, un poco más y estoy en el Santuario de Fray Román. Creo que lo veo. Hay luz de luna, lo tengo fácil, pero alguna nube tonta me corta el camino.

Es una maravilla. Una maravilla semiderruida, por desgracia. Pero, al fin y al cabo, una obra de arte. Mira esas ojivas, los arcos apuntados. Un gótico como debe ser. El pórtico conservado, los pilares, algún ventanal con sus cristaleras intactas, que ya es un milagro. Y Fray Román ahí, en una hornacina, porque su capilla ya desapareció.

Hace más frío, suelto vaho con cada bocanada y se vuelve contra las gafas. Ahora veo, ahora no veo. Sí, han caído siete grados en cincuenta metros. Asombroso. Voy a dejar el equipo en este rincón, y lo primero es buscar la luz. Se movía por allí, detrás del crucero y la nave principal. Faltan la girola y el retablo del altar, y por ahí se cuela la luna, a trozos.

Mi cámara, preparada. Sensores térmicos de última generación. Apunto en la dirección indicada. No oigo nada, ni lo veo. Solo escucho grillos. Ay, Gema, si me hubieras acompañado, ahora serías partícipe de un hito. Salir en el programa de Loménez. Porque ahora no va a tener más remedio que llamarme cuando vea todo lo que voy a enviarle. Estoy tan seguro porque aquí nadie ha venido nunca, y hay tantas historias y leyendas… Me he documentado antes, claro, no voy a hacer un viaje en balde.

Gema, te arrepentirás, ahora no digas que no te avisé. Uf, las diez de la noche. Noche cerrada si hubiera más nubes. Pasan como navajas, rápidas, metiendo tajos como en la masa del pan antes de hornearlo, a través de la luna. Tengo hambre, creo que desde que llegué al pueblo y empecé a investigar y preguntar por las leyendas del santuario. ¡No he cenado! Con lo alto que está esto, me he ganado el bocadillo. Aquí no está, lo he dejado en la caravana. Espero que mis tripas no espanten a los monjes de Fray Román.

Empiezo con algo sencillo. No detecto nada todavía. Pasan los minutos, ni ruidos, ni sonidos. Solo mi sombra delante de mí. ¡Mi sombra! ¿Qué brujería es esta? Mi sombra se alarga en el césped, y se va perfilando cada vez más, nítida y contrastada con la luz que se acerca detrás de mí. ¡Un espíritu! Me esperaba otra cosa.

Me doy la vuelta y la luz, esplendorosa, titilante, se mueve de arriba abajo. Podría tratarse de un ser angelical, etéreo. Lo grabo. La brújula, en cambio, no se mueve.

—Oye, tú, ¿qué haces aquí a estas horas? Te vas a helar.

Mírala, baja la linterna. Por un momento pensé… Buf, qué metedura de pata.

—No sabía que había alguien más aquí —le respondo—. Estoy realizando una investigación sobre apariciones paranormales.

—Ah, que eres de esos… Bueno, pues yo no soy muy paranormal que digamos, así que tendrás que conformarte.

—¿Tú no eres de esos? —le respondo, con sorna.

—Soy vigilante. Me dedico a deambular por el santuario para evitar que gente como tú se cuele a hacer gamberradas. Este es un lugar muy devoto y querido en el pueblo.

—Pues no veo que lo cuiden en demasía.

—¿Tú sabes lo que cuesta restaurar esto? Mejor no te lo digo. Pero a ver, no sé ni qué hago hablando contigo.

El tono de la muchacha no es muy cordial, pero intento retenerla. Se va, se va para otro lado. No me hace caso, no debo molestarle para su trabajo. Sin embargo, me puede venir bien algo de ayuda.

—A ver, no me sigas. Vete por donde has venido. De donde sea —me dice. ¿Cómo puede ser tan arisca?

Pensándolo bien, debo darle mal rollo. Aquí, a varios kilómetros del pueblo, un hombre solo y una mujer. ¡No, para nada! Si es más fuerte que yo, lleva porra, esposas… El arma no la veo. Mejor no tentar a la suerte, no sea que se cabree.

¿Dónde se ha metido? Me he descuidado dejando la cámara en el suelo y ya la he perdido. Silencio, ni los pasos sobre el empedrado. Se ha ido por allí, estoy seguro. Ha entrado al santuario y está dando vueltas. ¿Y la linterna? Es la única forma de dar con ella. Arisca y maleducada, ni siquiera se toma la molestia de ser un poco más sociable.

Cambio de equipo. Dejo la cámara térmica (me la ha dejado Gema, está nuevecita) y preparo el Rem-Pod. Será la primera vez que lo uso. Lo compré en Avalon a buen precio. Estuve a punto de adquirir uno usado en Willypop, pero el vendedor me daba largas. ¿Tanto le costaba rebajarlo un poco?

Ajusto el Rem-Pod… a ver, así, uy, no sé, tenía que habérmelo explicado Gema un poco mejor. Mira que, si no funciona, todo el viaje a garete. Debo ser más previsor. Algo así me dijo Gema. No lo entiendo. El trabajo es el trabajo. No paro. Investigo, pregunto, me informo, recopilo, apunto y escribo, anoto y ordeno. Me faltan contactos. Porque soy uno de los mejores. Novato, pero indiscutiblemente bueno.

Me parece que ya lo tengo. Las lucecitas, me encantan, como los coches de la feria de cuando era pequeño. Aquello sí era divertido. Estuve montando hasta los dieciséis años, me miraban raro, pero a mí me importaba un jamón. Lo dejé porque no cabía en los cochecitos. ¿Por qué las mejores atracciones las dejan siempre a los niños? No las saben apreciar.

¡Preparado! A ver qué cazamos esta noche.

—¿Has detectado algo? —la vigilante aparece repentinamente, ¡menudo susto! ¿Por dónde ha venido?

Se me cae el Rem-Pod al suelo. Desgracia.

—¡Mira lo que has hecho! ¿No puedes tener más cuidado? Menudo susto, nena.

—A ver, nene. Ese es mi trabajo, evitar sustos. ¿Es que no puedes darte una vuelta por ahí y dejarme trabajar? ¿Has pedido algún permiso?

—Eso podías habérmelo preguntado antes —imito el tono con el que me habla, a ver si así se da cuenta de lo mucho que me molesta su actitud. Espera. ¿Permiso?

Se ríe, era una broma. ¿Y si fuera un fantasma? No hace ruido, aparece y desaparece. Un espíritu bromista, alguien del pueblo que se hace pasar por vigilante. ¡Claro! Menuda lista. ¿Y por qué los aparatos no la detectan? El Rem-Pod no se ha roto, pero no hay manera de que salte. Está defectuoso. Segurísimo. Maldito Avalon.

¡Pero bueno! Otra vez que se va. Así no hay manera. ¿Quién eres, muchacha vigilante? Voy a buscarla, rodeo el santuario, bajo unos metros la ladera y vuelvo a subir. Nada. Está jugando conmigo. Gema, te lo estás perdiendo. Un espíritu juguetón, alguien que debía de ser muy alegre. Pobre joven. ¿Cómo se llamará? No me lo ha dicho. Eso es porque no se acuerda.

No tiene más remedio que vencer su miedo a la verdad engañando a los visitantes. Lo más extraño es que aquí deberían aparecer los monjes. No dan señales de vida. Bueno, es un decir; mejor que den señales de muerte. ¿Lo pilláis?

La noche vuelve a cerrarse. Después de unos minutos cojo la linterna porque no hay forma de ver nada. Algún nubarrón que se ha detenido frente a la luna llena. Esto es más molesto porque (otro error), no conozco el terreno ni lo más mínimo. He venido a la aventura, así, a lo loco. El móvil sin cobertura, los aparatos no funcionan, solo la linterna. Y, por si fuera poco, la vigilante dando por saco. Entiendo que se aburra, pero que no me tome por el pito del sereno.

Lo intento de nuevo con la cámara térmica. Espero un rato. No aparece nadie más, creo que me ha dejado en paz. Quiero terminar este trabajo, y pasa el tiempo. Me tendré que quedar toda la madrugada. No sabía que esto era tan sacrificado. Ahora entiendo el careto que se le ha quedado a Loménez con los años.

Pues qué bien, menudo fracaso de investigación. Me voy, me tengo que ir. Entre la vigilante y que todo funciona mal, mi mala previsión… y la noche que ha quedado (uf, hace más frío todavía), no voy a conseguir nada. Por lo menos he adelantado otros aspectos de la investigación. He hablado con mucha gente del pueblo, la información aportada es crucial y muy importante para este trabajo.

—¡Cú cú! —grita la vigilante mientras me apunta con la linterna.

Aquí está de nuevo. No la he oído venir.

—Ya no me engañas —le digo—. Pero te voy a dejar en paz. Me voy.

—Eso, que ya está amaneciendo —me dice sin dejar de sonreír—. Y mi turno acaba en una hora.

¿Amaneciendo? Imposible. ¿Qué brujería es esta? El móvil apagado, ya no sé ni qué hora es. Lo recojo todo. Me siento un poco bobo, todo ha salido fatal. Para colmo no he conseguido hacer nada. Es que peor no podía resultar. Encima tengo hambre. A estas horas y con el frío que hace, el bocadillo que me espera en la caravana estará tieso como la mojama.

Recorto camino campo a través. No pienso tardar lo mismo en bajar que en subir. Tampoco es tan complicado. Me siento como si volara, voy muy rápido. Cuesta abajo siempre es más ligero y fácil. Esta zona apenas es rocosa, mucha mala hierba, pero la superficie es muy lisa. Ha salido de nuevo la luna llena. La tía esta decía que amanece. ¡Ja! Otra de sus bromas. Me guío mejor con la brújula. Sí, he venido por el nordeste. Quizá me ahorre una hora, puede que más. Los tobillos duelen.

¡Ups, tropiezo! Aquí está todo más empinado. Con el equipaje me tambaleo. Debo tener cuidado para no… ¡Ay! Pero, ¿esto qué es? He tropezado con algo blandito y cálido. ¡Ahí va! Es una persona, tendida, inerte. La enfoco con la linterna, pero me tiemblan las manos, porque es mi cara descalabrada la que veo en el hombre que hay en el suelo, con el cuello roto sobre un lecho de sangre.

—Veo que te has encontrado —es la vigilante. No me fastidies—. Tranquilo. He llamado a las autoridades.

¿Me estás diciendo que estoy muerto? Ella entiende mi pregunta por la cara con la que le miro. Y me responde del mismo modo. Silencio. Resignación. Un suspiro.

—Sabía que eras de esos, y que no tardaría en encontrarte. Pero quería que fueras tú el que se diera cuenta, porque a mí no me habrías creído. Suele pasar mucho por aquí. Lo siento, de verdad.

Ni siquiera llegué arriba, me explica. En algún momento de la subida me despeñé. Y yo haciendo el tonto toda la noche. Una viva riéndose de un muerto. Al menos podía haberse tomado la molestia de contarme cosas sobre los monjes. ¡Claro! Los monjes. ¿Por qué no los he visto?

—En realidad los monjes no fueron masacrados aquí, en el Santuario de Fray Román —me cuenta la vigilante—. Sino en otro pueblo, a diez kilómetros, mientras celebraban una peregrinación. Aquí decimos que los mataron en Fray Román para que pueblo tenga un reclamo turístico en muchos aspectos.

Bah, encima, engañado como un imbécil. ¿Qué clase de pueblo es este? La historia de los monjes tampoco es cierta. Me arrodillo junto a mi propio cuerpo, el anterior, el de carne y hueso para que nos entendamos. De pronto un lucero asoma en el cielo. ¡No hay mal que por bien no venga! Esta es mi oportunidad. ¡Ahora Reeker Loménez será incapaz de rechazar una entrevista!

©Marcos A. Palacios

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Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

2 comentarios sobre «‘Entrevista post-mortem’, un relato de Marcos A. Palacios»

  1. Un relato de aire desenfadado, donde conviven las reminiscencias góticas con la tecnología moderna, salpicado de pinceladas críticas y humor ácido (y referencias nada veladas para quien lea entre líneas) que intriga y sorprende en su giro final.

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