‘Esperando el amanecer’. Un relato de Eduardo Melero Verdú.

ESPERANDO EL AMANECER

1. Sombras

Vicenç abrió los ojos. Había alguien ahí.
Elevó el torso y se apoyó sobre su brazo. Nadie.
Vicenç se levantó descalzo. Apartando la ropa que tenía por el suelo a patadas, salió de su habitación y fue a la de Fortuna. Se acercó a la cuna, y comprobó que seguía durmiendo. Bien, no hay peligro. Miró a través de la ventana abierta que había sobre la pequeña; serían más de las doce, pero seguía haciendo un calor tremendo. Una cerveza no le vendría mal.
En su cocina, con la lata en la mano, Vicenç volvió a ver la paga sobre la mesa redonda; todavía le quedaban un par de meses de baja. Pero le seguía doliendo el brazo. Recordó aquel momento: estaban arreglando el Camí dels Ruïssos, en La Marina, y él se resbaló, justo cuando iba a pasar la máquina que llevaba el asfalto. Había tenido suerte de no haberse hecho más daño, en realidad. Además, así podía aprovechar para estar más tiempo con Fortuna.

Todavía desconfiando, Vicenç volvió a su cama. Había un espejo antiguo encima, comprado justo cuando se mudó al piso… cerró los ojos.
No tardó en notarlo. De nuevo, estaba seguro que había algo, observándole. Se giró para poder ver el espejo, moviendo un poco su ancho cuerpo hacia fuera. ¡Ahí estaba! Una sombra…
─¿¡Quién eres!? ─Vicenç se levantó de un salto… pero tan sólo encontró un lirio blanco en el suelo.
De repente, un golpe, algo cayendo. No es posible… corrió a la otra habitación. ¡Fortuna no estaba! ¡No estaba! ¿¡Dónde se había metido!? No puede ser… no, no es posible. No puede ser, no…
Vicenç la buscó; no estaba en la casa. Pero no era posible… sólo tiene once meses, no puede haber…
Vicenç se sentó en el suelo, junto a la cuna.
Con las dos fuerzas que le quedaban, se asomó por la ventana… había… llevaba la ropa de Fortuna… ¡un hombre se la estaba llevando! ¡Estaba girando por la esquina!
Todavía en pijama, Vicenç bajó corriendo las escaleras. ¿Cómo podían haber subido a una segunda planta y coger a un bebé tan rápido? Vicenç atravesó la plaza a la que daba su portal, lo siguió hacia abajo, giraron hacia la derecha, luego a la izquierda, dos calles más allá a la izquierda… Vicenç se encontró a sí mismo, sólo, en la Plaça de Altabix. No estaban.
Vicenç pensó en llamar a la policía, o a algún amigo… esto es, si le quedaba alguno. Pero, de repente, lo recordó… el lirio. Ya sabía donde estaba Fortuna.

2. Pr’ra

Por el día, el Clot de Galvany es luminoso, lleno de vida, del color verde. Por la noche, sin embargo, el azul de la laguna se convierte en negro, y las rocas, que antes brillaban por el sol, en peligrosos obstáculos. Vicenç llevaba varios minutos vagando sin destino por las colinas que lo rodeaban; había llegado hasta un extremo y otro de la reserva, sin encontrar nada. ¿Qué hacía ahí? ¿Merecía la pena buscar…?

Vicenç encendió su linterna y se introdujo entre los pinos, la oscuridad envolviéndole cuando estaba debajo de ellos, y sólo pudiendo ver un hilo de la luz de la luna a través de las ramas. Notó con desdén cómo el pie se le doblaba y se deslizaba, colina abajo, hasta que uno de los pinos detuvo el viaje. La fuerza del golpe desprendió una rama sobre Vicenç, que se quedó inmóvil, mirando al cielo.
Cien segundos, veinte minutos… Vicenç no supo cuánto tiempo estuvo tumbado.
─¿Hola? ¿Necesitas ayuda?
Ante Vicenç apareció una chica. La luz de la luna teñía su cabello rubio de verde, y su blusa azul resplandecía en la noche como si quisiera combatir contra el cielo.

Apoyándolo en sus brazos, y tras quitarle la rama de encima, la mujer llevó a Vicenç a un refugio entre dos árboles bajos, consistente en dos mantas entrelazadas sobre las ramas de estos. Le ofreció una palangana con agua fresca.
─¿Quién eres? ¿Qué haces aquí a estas horas? ─Le dijo Vicenç tras lavarse y agradecerle la ayuda.
─Mi nombre es Melanie… Melanie Rivera. Estoy buscando Pr’ra.
¿Pr’ra? ¿Qué era eso? Vicenç nunca había oído nombre tan impronunciable.
─Ah… supongo que lo entenderás mejor como sombras. Son los restos de las personas que han perdido todos sus recuerdos, toda su esencia al entrar en contacto con las parras de la Raíz.
¿Cómo? ¿Había una secta por ahí? Vicenç desconfiaba:
─¿Sombras? ¿Cómo puede alguien perder toda su ‘esencia’? ¿Y si alguien no tiene ‘esencia’?
─Bueno… esa sería Kil’du. Le dicen ‘La Pastora’; una persona que estaba tan vacía que pudo mantener su consciencia tras tocar la Raíz, pero perdió su forma humana. Ahora adopta distintas formas… mucha gente la ha visto con ropa de labrar, ya sabes, ropa vieja de lana, un pañuelo en la cabeza… por eso la llaman ‘La Pastora’.
Vicenç estaba demasiado ocupado ─y preocupado─ como para seguir escuchando tonterías. ¿Cómo una chica tan guapa podía estar tan loca? Le dio las gracias nuevamente y bajó por un camino hasta el paseo que bordea la laguna, con la intención de continuar su búsqueda.
Pero no tardó en aparecer ella.

─¿Y tú cómo te llamas? ¿Y qué haces aquí a estas horas de la noche? Yo ya te he dicho mi motivo. ─Melanie parecía divertirse mientras preguntaba.
─Soy Vicenç. Déjame en paz.
─¿Pero sabes adónde vas? En esa dirección vas a la salida del Clot.
Vicenç se paró. Tenía razón, y además, ya había buscado por toda la zona delimitada. ¿Conocía ella el Clot? Sí, lo conocía. ¿Podría guiarle para que no se volviera a caer? Sí, podía.
─Vale. Te ayudaré a buscar las… sombras si me ayudas a peinar toda la zona. ¿Es muy grande?
Ella rió. Se puso a su altura para que ambos pudieran caminar juntos; sus ojos azules parecían dos espejos en los que se reflejaba la laguna. A medida que caminaban, ella le indicaba todos los caminos que iban ‘campo a través’, y todas las plantas de cada zona.
─¿Está incluida la Raíz?
Ella se río, y le explicó que esa era la raíz de todo mal, el origen de todas las desgracias humanas, la creadora del caos. Los Pr’ra eran personas que habían tenido la desgracia de perderse en el Clot y llegar al árbol, rozar una de sus vainas, y ser apresadas por esta.
─La vaina suelta una masa viscosa e intocable que toma la forma de la persona que solían ser; pero no tienen ninguno de sus recuerdos, así que vagan por las casas de la gente, observándolos.
─¿Y vuelven a la casa en la que vivían?
─No es lo normal. La persona deja de existir, ya no está viva. Lo único que hace es meterse en las habitaciones para ver a los humanos dormir, intentando recordar lo que fueron. Se esconden a nuestras espaldas, pero nosotros podemos sentirlas. Ellas a nosotros también, pero no pueden tocarnos; siempre tienen la sensación de que les falta algo, pero nunca podrán recordar qué es, así que están condenadas eternamente.
Eso era demasiado. Vicenç entró en cólera. ¿Cómo podía decir eso? ¿Cómo podía existir algo tan horrible? Se lo dijo a Melanie, entre gritos, apenas sin hacerse entender, y se volvió al coche. Esta vez ella no le siguió.
¿Cómo podía decir eso? ¿Cómo podía ser tan cruel? Vicenç se preguntaba, sentado en el asfalto junto a su coche. ¿Cómo podía Alba…? No, era mentira. Tenía que ser mentira.

Un año atrás, Alba, la esposa de Vicenç, fue un día al Clot. Al día siguiente no apareció. La policía, los guardabosques, estaban desconcertados: nadie le había visto en las urbanizaciones de los lados, no había sitio donde podría haberse escondido en el paraje, ni ningún pozo donde podría haber caído. Podría haberse ahogado en la laguna, dijeron, si intentó acercarse a ver los patos. Pero la habrían econtrado. No tenía sentido. ¿Tal vez…? No, no era posible. El simple pensamiento de que le podría haber pasado algo tan horrible le daba un escalofrío. No…
…porque eso significaría que su destino fue peor que la muerte.

3. La Raíz

Era hora de llamar a la policía.
Vicenç se había dejado el móvil en casa con las prisas, así que tenía que volver a Elche. Tal vez mañana, de día, podrían volver a buscar a Fortuna. O tal vez ni siquiera había salido de Altabix; era prácticamente imposible llegar a pie desde Elche hasta allí, y más a oscuras. Más tranquilizado, decidió volver a por Melanie; estaba grillada, pero tampoco quería dejarla sola allí.

La encontró cerca de donde él se había caído, en la depresión de una colina más allá del camino vallado. Estaba mirando unas luciérnagas.
Desde el terraplén en el que él estaba, la llamó:
─Volvamos, Melanie. Mañana te puedo llevar aquí, si quieres.
─No hace falta. ¡Baja! ¡Lo he encontrado!
Aunque reticente, Vicenç bajó hasta donde estaba ella, los piñones del suelo crujiendo bajo sus pies. Las colinas de alrededor tapaban la luna, por lo que sólo les iluminaban las luciérnagas; con esa luz, Melanie parecía pintada a acuarela, al lado del cuerpo grueso y desaliñado de Vicenç.
─¡Sé dónde está la Raíz!
─Melanie, este sitio es peligroso. Es mejor que volvamos.
─¡Pero yo no he acabado de buscar! Y tú también estabas buscando algo por aquí, ¿no?
Vicenç se dio cuenta de que no le había respondido a su anterior pregunta. Le explicó cómo había visto a un hombre llevarse a Fortuna, y cómo, recordando que en el Clot crecían lirios, fue hasta allí.
La expresión de Melanie se volvió grave.
─Vicenç… creo que no era un hombre lo que viste. Yggdsr es un hijo de la Raíz, una criatura (un ‘demonio’ si quieres), que se alimenta de las almas puras y limpias de los bebés pequeños. Él hace lo que dices: los roba y los trae a la Raíz, donde les quita su esencia y los convierte en arena.
Debía estar de broma. Pero su cara era demasiado seria. Bueno, ¿por qué no?
─¿Cómo podemos ir entonces?
Melanie le señaló las luciérnagas.

Iban entre los pinos. Desde fuera no parecía que pudiera haber un camino por ahí; pero no se toparon con ninguna pendiente. Cada vez, los árboles se acercaban más y más, y había menos luz; Vicenç se había dejado la linterna en el coche, vaya. Aunque, por algún motivo, podían seguir viendo… las ramas se entrelazaban, cada vez más desnudas, hasta parecerse al techo de un túnel. Vicenç notó algo más: en los troncos crecían lirios, pero de un color extraño, ni lila, ni blanco; se acercó para verlos mejor.
─No te acerques. ─Dijo Melanie sin girarse.─ Contienen un veneno que te puede dormir para siempre. Te convertirías en un lecho de flores, dispuestas a recibir más intrusos.
─¿Estamos muy lejos?  ─Vicenç se apartó.
─No lo sé…
─Bueno, ¡siempre podemos pedirle indicaciones a La Pastora si la vemos por aquí!

De nuevo, Melanie se puso seria, y sin girarse, le dijo:
─La Pastora no tiene ningún tipo de rasgo humano; a veces ayuda a las otras criaturas, a veces las ignora. A veces se esconde de los humanos, a veces no. No tiene sentimientos. No nos ayudaría.
Vicenç estaba hartándose de tanta tontería. No existen los demonios. No existe La Pastora. Además, estaba muy oscuro; debían haberse perdido. Simplemente se giró, justo cuando Melanie se daba la vuelta. Y empezó a correr, correr sin sentido. Le sabía mal dejarla aquí, pero…
…pero no veía la luna. No veía nada; sólo árboles y árboles. El camino era recto, lo había visto antes. Era imposible perderse, imposible…
Llegó a un claro. No, había paredes de madera. Pero… tenían algo…no podía ser.

En el centro de la ‘habitación’ había hombre especialmente enano. No, no era un hombre. Pero tampoco un animal. Tenía cinco extremidades, tres de las cuales terminaban en una tenaza parecida a las de un cangrejo, aunque eran todas de color morado; su cuerpo era completamente negro, similar al de una cucaracha, y estaba desnudo; Vicenç se percató de que le colgaban por atrás varias ‘colas’ semejantes a unos genitales quemados. Y su cara… parecía un dibujo de un arlequín, con varias antenas a modo de sombrero, una sonrisa perpetua y fea, y unos ojos oscuros y vacíos. Y le estaba mirando.
Se acercó a la pared. Eran jaulas. Y contenían… niños. Bebés. Bebés pequeños.
Sacó uno. No dejaba de mirar a Vicenç.
De repente, salieron de su boca unos tentáculos que amarraron al bebé. Este lloraba, con un grito horrible, como animal. Sus manitas se iban deshaciendo hasta convertirse en muñones. Sus patucos se cayeron, pues sus pies habían empequeñecido y no tenían dedos. Y su cara… una cara rolliza, gorda… entre gritos, su cara se arrugó como el papel, su cabeza se contrajo, hasta que dejó de gritar.
No…

La criatura cogió con todas sus tenazas al bebé, y lo que quedaba de él se convirtió en… arena. Todavía sujetando la figura, acercó las zarpas, deshaciéndolo como si fuera una escultura.
Vicenç quería vomitar. La bestia se acercaba…
Una mano lo cogió. Era ella. Empezaron a correr, aguantando Vicenç las lágrimas.
─¿Cómo es posible? ¿Cómo…? No tenía un año…
Llegaron al final.
Un árbol gigante, por lo menos quince metros de alto, estaba en el centro de una estancia cuyo suelo estaba recubierto de vides; parecía un baniano, pero con un solo tronco. Las paredes eran de una madera oscura, gris, como la de los pinos; pero Vicenç notó que eran más duras, como la piedra. A mitad del grueso tronco, el árbol se dividía en cientos de ramas cuyas hojas caían hasta el suelo; varias parras grandes y gruesas colgaban de algunas. Vicenç cerró los ojos cuando las vio.
─El destino crea casualidades, los humanos las sufren y la Raíz las aprovecha… las casualidades carecen de significado, orden u objetivo. El destino no tiene sentido. —Dijo Melanie.
Vicenç dejó de ver nada; la cólera no le dejaba. Levantó el puño y hechó a correr, sin dejarle tiempo a cogerle.

Al mismo tiempo, se levantaron las hojas de vid del suelo cuales muros, muros sin cara y con gruesos brazos de madera que fueron a apresarle. No les costó.
Vicenç se ahogaba… las hojas no le dejaban respirar. Hundieron su cabeza, hasta que sólo le quedó fuera un pie… el brazo le dolía horrores.
Con un último aliento, les permitió tragarle.

4. Melanie

Vicenç despertó sobre el regazo de Melanie. Le había salvado, otra vez…
─Melanie…
─Esos eran los guardianes de la Raíz. No deberías haberte lanzado; has tenido suerte de haber salido vivo.
Había un hueco en lo alto de la estancia. La luz de la luna, clara como el sol, entraba, iluminándolos a los dos, juntos, sentados sobre el tronco de la Raíz. La madera brillaba; sus caras se volvían blancas, y sus ropas, grises.

…Vicenç levantó, aunando sus fuerzas, el brazo herido. Estaba dispuesto, había una oportunidad… juntos, podrían salvar a Fortuna:
─El destino sí que tiene significado… yo he venido aquí a salvar a mi hija. Te he conocido por casualidad, y juntos, la encontraremos…
Miró a Melanie, sonriendo… y de repente, no había nada a su alrededor.
Su espalda dio contra una superficie dura y oscura. Había caído por un agujero en el tronco…
No, no había caído. Le habían empujado.

─¡Buaaa!
¿Quién lloraba? ¿Había alguien más allí?
Se giró. ¡Era Fortuna! ¡Estaba bien! Vicenç se levantó dolorido y corrió los pocos metros que les separaban. La cogió en brazos, y juntos, miraron al agujero por el que había llegado. Vicenç abrió la boca para llamar a Melanie, pero ella estaba tumbada en el suelo, convulsionando.
Como si fuera de goma, sus piernas se hicieron más cortas; sus brazos, gruesos y sucios. Su falda se convirtió en una pieza vieja de lana; su blusa, en una rebeca marrón.

Y en su cabeza, apareció un pañuelo de tela.

© Todos los derechos de Eduardo Melero Verdú.

Premios Relato Corto Atzavares

Cuento finalista de los XII Premios de Relato Corto Atzavares, Universidad Miguel Hernández de Elche, entregados el 27 de octubre de 2017.

Los relatos ganadores y finalistas de los Premios Relato Corto Atzavares, certamen que se organiza todos los años, se recogen en una publicación. Hay un total de 9 relatos con 3 ganadores, siendo el primer premio para Ana, de L.C.

El certamen va orientado a todos los miembros del alumnado y la comunidad de la Universidad Miguel Hernández, y premia a sus ganadores editando sus relatos y otorgándoles una pequeña cantidad en metálico.

Edu Melero también ha intervenido en este portal con su ‘Análisis de Elemental, el primer disco de Loreena McKennitt (1985)’

eduardo meleroEduardo Melero Verdú

Joven (y a mucha honra), aspirante a escritor (a mucha honra también), soy también músico, así que aprovecho mi arte para hacer mis pinitos tanto en la pantalla digital como en la vida real. Quienes me conocen me consideran en su mayoría una persona alrededor de la que gusta estar; ¡por suerte, piensan lo contrario de lo que pienso yo!

Vine a esta web gracias a su creador, Marcos A. Palacios, y espero que mi estancia aquí sea agradable para todas las personas que me lean; yo, desde luego, la estoy disfrutando. Cuando me veáis por aquí, seguramente estaré escribiendo sobre música, o sobre literatura; probablemente, sobre las dos, ya que son igualmente dos de mis pasiones. También soy periodista, o al menos, tengo un título que así lo dice; pero eso es algo que practico en mis ratos libres.

Tripulación CosmoVersus

Eduardo Melero
Eduardo Melero
Si fuera cuadro en vez de persona, sería algo así como esas acuarelas de paisajes tan ajadas y difuminadas que parecen una pintura fauvista (cuando es en realidad un lago con nenúfares). Podría parecer que esto es una desvaloración a mí mismo, pero todo lo contrario: me encantaría tener todos esos colores.

Soy un periodista que, mientras está en paro, enseña música. También soy un músico que, mientras no toca, escribe críticas, diálogos, o cualquier burrada que se me pasa por la cabeza. Si veis mi nombre y frases aquí, es gracias al creador de este blog. ¡Pero no le digáis que os lo he dicho!

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