‘Fahrenheit 451’, de Ray Bardbury (1953) [Reseña]

Ya tenía ganas de volver a los clásicos de ciencia ficción del siglo XX. Bueno, a Fahrenheit 451, lo encasillo más en la distopía o especulación social.

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

Con el mismo aire melancólico de otros títulos de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 entra de lleno a una sociedad no muy lejana a nuestros días donde la tenencia de libros es un delito. Los bomberos son simples ejecutores de la quema de los ejemplares incautados en el domicilio en que se encuentren, reduciendo todo a cenizas y condenando a los desgraciados propietarios.

En la línea de comportamiento de 1984, el protagonista, el bombero Guy Montag, empieza a dudar de la impronta criminal que se asigna a los libros, y entra en una espiral de sucesos que le llevarán a un desenlace más bien esperado y doblemente dramático. También, conoce a una muchacha joven que le siembra ciertas dudas, lo cual recuerda a la novela de George Orwell, que introduce la figura femenina en discordia para el personaje principal.

ray bradbury

La felicidad

“(…) somos los Guardianes de la Felicidad. Nos enfrentamos con la pequeña marea de quienes desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios. (…)No permitir que el torrente de melancolía y la funesta Filosofía ahoguen nuestro mundo. (…) No creo que te des cuenta de lo importante que eres para nuestro mundo feliz, tal como está ahora organizado”.

Fahrenheit 451. Ray Bradbury

Debo decir, a favor de la novela, que deja muy claras sus intenciones, en varios discursos de personajes claves. El centro de atención se sitúa en la felicidad y el modo de llevarla a los ciudadanos. En un pasado reciente, posiblemente unos cincuenta años atrás, más o menos, hubo un cambio de conciencia en las personas, hartas ya de que el pensamiento y la reflexión les hicieran infelices, cuestionando cosas y preguntándose otras. Así pues, el mayor vehículo de este «sufrimiento» provenía de los libros, que pasaron a ser, en poco tiempo, los mayores criminales.

Siendo la gente más feliz se redujo el crimen, y cualquier profesión relacionada con la literatura o la filosofía fue perdiendo interés hasta desaparecer, del mismo modo que se procuró destruir sus semillas: los libros.

A pesar de su antigüedad, Fahrenheit 451 reclama, tal como podríamos hacer ahora, un lugar en el pensamiento humano, que no se reduzca al cruel destino de que pensar nos hace infelices. El peor enemigo a combatir, la ociosidad, es representada aquí en Mildred, la esposa de Montag, obsesionada con las pantallas de pared, que no son más que televisiones gigantescas distribuidas en varias zonas de la casa, y los programas a los que es sometida, como «la Familia». Esta familia es un personaje colectivo que apenas se atisba pero que tiene su función bien definida. Situaciones superficiales en una programación totalmente vacía y absurda, donde la familia es parte de la vida de los televidentes. Como anécdota, decir que el público tiene la ventaja de pagar un poco más y los actores de los programas se dirigirán a ellos por su propio nombre, «personalizando» así al público, haciéndole sentir importante.

“«Quiero ser feliz», dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es lo único para lo que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia.”

Fahrenheit 451. Ray Bradbury

Otras críticas

Creo que Bradbury, entre otras cosas, supo anticiparse, en plena década de los cincuenta, a la fiebre de la televisión. Nos puede parecer que es un tema demasiado explorado, pero hay que pensar que hace setenta años no lo era, y el autor nos ofrece una imagen poco halagüeña de lo que, quizá, se veía venir en el amanecer de la televisión.

Otros elementos «anticipatorios», como los radio-auriculares y otras pantallas más pequeñas —¿quién dijo tableta?—, rellenan el escenario extraño presentado en la novela. Sin olvidarnos del Sabueso, los perros policía mecánicos que inyectan una dosis de procaína con los aguijones de sus fauces y que espían a los ciudadanos allá donde están. Y, por último, la manipulación de la Historia, totalmente a favor del Sistema. Si bien la forma de pensar y vivir es más o menos parecida a la que nos está tocando hoy día y similar a la de la época del autor, hay otros elementos, más bien internos al ser humano, a tener en cuenta en la novela.

“Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás (…). Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente [lo] mire (…), tú estarás allí”.

Fahrenheit 451. Ray Bradbury

El sentido de la pérdida está presente en toda la narración. Esa ansiedad de que «falta algo» en uno mismo y que Montag es incapaz de aguantar, se da la mano con las palabras de los vagabundos de las colinas, que recuerdan las cosas que sus mayores hacían hace tantas décadas y que no será recordado por nadie cuando desaparezcan. El valor de las personas que «hacen cosas», que escriben, que enseñan, y que en el mundo de Fahrenheit 451 ya no existen más que en las sombras de sus casas, en las cárceles del silencio al que se ven abocadas.

“Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces, todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables”.

Fahrenheit 451. Ray Bradbury

La frase anterior puede resultar un tanto inquietante, pues nos sugiere la idea de igualdad de resultados o igualdad material, en contraposición a la igualdad de oportunidades.

Si nos fijamos en «todos hechos iguales» y la idea de que cada hombre es la imagen de cualquier otro, apunta hacia una visión de igualitarismo, que busca eliminar las diferencias y establecer una uniformidad entre la ciudadanía. Esta concepción puede estar relacionada con ideologías políticas enfocadas a la redistribución de la riqueza y la igualdad en las condiciones de vida de todos los individuos, como el socialismo o el comunismo.

Cartel de la película de 1966. Fuente: La píldora del saber.

Si bien es la idea del personaje Beatty, bombero y compañero de Montag, podemos deducir que es, también, la idea general e imperante en la sociedad de Fahrenheit 451. ¿Contrasta esto con el espíritu libre y reflexivo de Montag y otras personas, con una sociedad que huye de la individualidad porque sería sinónimo de «diferencia»?

Entre tanto baile de conceptos y contextos, entra el término de la guerra. Una guerra que es para los lectores tan enigmática como para los protagonistas. Una guerra que se cierne poco a poco hasta estallar en el último acto de la novela y que no sabemos el porqué, el quién, ni el cómo o el dónde. Una guerra que arrasa con lo bueno y con lo malo, y que resulta esperanzadora para los exiliados del sistema social: “La guerra nos parece algo tan remoto porque tenemos nuestros propios problemas”. Problemas resueltos gracias a la felicidad proporcionada por la ignorancia establecida como modelo de conducta y armonía, estabilidad y corrección.

En cuanto al fuego, el otro protagonista intangible —hasta cierto punto—, es señalado como problema y como solución. El fuego, en distintas formas de crearlo, puede sanar o puede dañar. La guerra y el fuego, que arrasan, quitan y dan. Cuando la ciudad vuela por los aires tras el bombardeo final, resurge la esperanza entre los pensadores proscritos, como si el dios de la llama hubiera limpiado de mala hierba el campo para un nuevo cultivo, así como los bomberos convierten en ceniza los libros para liberar al mundo del sufrimiento de pensar.

Opinión final

Siempre es un placer leer a Ray Bradbury. El mensaje final de continua renovación de pensamiento humano, de comportamiento social, es incuestionable, así como el aire melancólico, repito, de su prosa. Sin caer en patetismos, consigue transmitir sentimientos profundos y reflexivos. La carga filosófica y política es el centro del relato, algo que subyace en el texto pero que no hace falta rebuscar demasiado.

Y todo esto obviando que la traducción de este ejemplar me ha resultado bastante mala, todo hay que decirlo. Lo más llamativo es que ciertas construcciones sintácticas y gramaticales parecen tan enrevesadas y, además, mal puntuadas, que pierdes el hilo de la lectura. Hay traducciones más modernas en la edición de Minotauro, a la que he podido acceder, pero que por otros motivos he leído esta, y casi me arrepiento. Así que podría volver a leerlo en otra ocasión. Ahora toca ver la película de François Truffaut.

“No juzgue un libro por su sobrecubierta”

Fahrenheit 451. Ray Bradbury

Fahrenheit 451. Ray Bradbury, 1953.

Editorial: Random House Mondadori.

Cuarta edición, febrero 2005.

Colección DeBolsillo, Contemporánea #182.

Traducción: Alfredo Crespo.

ISBN: 84-9793-005-3

Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

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