‘Fugaz como la vida’, un relato de Marcos A. Palacios

Fugaz como la vida, un relato de Marcos A. Palacios. A Danubio Percales, joven y desconocido escritor, un día el destino le cambia la vida. En esta ocasión presentaré un relato ajeno a los géneros que suelo cultivar. Sin embargo, quien quiera ver algo de fantasía en él, es libre de hacerlo.

Fugaz como la vida

Si alguien le hubiera dicho a Danubio Percales que su búsqueda de la felicidad literaria cambiaría la forma de ver el mundo, el muchacho habría pensado que se trataba del argumento de alguna novela. De esas que vendía en el parque los domingos por la mañana. La última tarde en que cerró el chiringuito de la feria, un cortejo fúnebre alborotó con sus aires de cenicienta tristeza las páginas de sus libros. La mujer que lloraba detuvo su mano sobre una página cualquiera, la leyó y dejó caer sus lágrimas sobre el papel, ya arrugado, y Danubio sintió que aquel ejemplar ya no valía sino para regalar.

Aquella mujer se enamoró de los versos de Danubio, el primer libro de poemas urbanos que escribía. Ya fuera por el estado de embriaguez mortuoria que la envolvía o por la pena que el insustancial aspecto del muchacho ofrecía, quiso recompensarle por la pérdida irremediable del ejemplar, el cual quedaría guardado por muchos años en el arcón de invendibles de su cuarto, con la lagrimal dedicatoria borrajeando el número de página y el significado del poema. Así, Danubio Percales acompañó a la viuda en el funeral, calado hasta los huesos con la desaprobación de los familiares.

El cura finalizó su discurso, que a Danubio le pareció falto de sentimiento y ritmo, y allí, junto al hoyo del difunto dispuso su mesa, sus libros y comenzó a recitar por orden y gracia de la viuda, que anhelaba un toque de distinción alejado del tópico y anticuado rito católico. La emanación de aplausos que resultó de aquella lectura dio un nuevo giro a la autoestima de Danubio Percales, emocionado por tan emotivo recibimiento y cambio de parecer de los asistentes, excepto del funerando, imposibilitado para aclamar al joven poeta.

No sabía cómo, pero corrió la voz. Danubio Percales fue contactado y solicitado para otras exequias. Animados por lo original de la escenificación, cabía la posibilidad de que sus benefactores se convirtieran en mecenas, ya que por primera vez alguien le ofreció una humilde cantidad de dinero para recitar durante un entierro. Y fue más de lo que en meses ganaba vendiendo sus libros. De todos modos, apenas le llegaba para un poco de grifa; sin embargo, esta le servía de inspiración, y acabó por publicar su segundo libro.

La suerte del que le echa narices a la cosa estaba de parte de Danubio, que ni corto ni perezoso, al acabar la lectura y los aplausos de su última función, tomó el atrevimiento de promocionar el nuevo libro de poemas, esta vez inspirado en las experiencias como invitado a las anteriores honras fúnebres. Fue todo un éxito, agotó ejemplares, y alguien tuvo el detalle de arrojar una de las copias adquiridas, firmada e incluso numerada, sobre el ataúd, antes de ser sepultado. Resultó tan emotivo, que Danubio Percales recibió instrucciones para algo más original y especial en las nuevas exequias.

En el plazo de varios meses el nombre de Danubio Percales rodó por todos los cementerios en el área de la provincia, convirtiéndose la costumbre en moda popular. Procuró traspasar fronteras y, convertido en mito nacional, el muchacho que vendía sus libros los domingos en la feria del parque, realizó una gira especial para su cuarto poemario, más personal y dirigido a su propia muerte, la cual no tardó en visitarle, agradecida por todo lo que había hecho por ella. Una tarde de fin de semana, durante el viaje en bicicleta a las cálidas tierras del Sur, Danubio Percales tropezó con un bache, sus alforjas llenas de libros soltaron racimos de ejemplares, muestra de todos sus títulos; desesperado recogió los que pudo antes de que el viento de la sierra los repartiera sin su consentimiento en los pueblos que no iba a visitar.

Detrás de Danubio, la curva de la carretera ocultaba un camión desbocado con el rótulo de una editorial emergente que lo arrolló sin previo aviso, porque así deben ser las muertes de los artistas, sorpresivas e inéditas, y de este modo recordarlos con especial atención, elevando sus obras a lo más alto de los ingresos pecuniarios en la cadena de la industria literaria. Los libros pisoteados, estrujados, se vieron proyectados al vacío como palabras al vuelo. No sabría decir quién se quedó con los derechos de explotación de los escritos de Danubio, pero es muy probable que aquella editorial emergente, hoy consolidada, los adquiriera como recompensa por los daños en el accidente.

El único asistente al funeral de Danubio fue el sacerdote que, por obligación, ofició unas palabras que nadie escuchó. Con la esperanza de que finalmente alguien hiciera acto de presencia, el sacerdote tomó asiento junto al ataúd, y permaneció largo rato leyendo el último poema de Danubio Percales.

©Marcos A. Palacios

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *