‘Jet lag (o algo así)’. Un relato de Edu Melero

Nuestros intrépidos personajes llegan a su destino… un hotel bastante cutre, la verdad (el nombre debería haberles dado una pista). Sólo podrás saber cómo han acabado ahí, y cóm piensan llevar a cabo su misión, si sigues leyendo este relato de Edu Melero.

─No enciendas la tele. ¡Que no la enciendas!─Decía Tia Duquesne a Jefferson, empeñado en ver qué tipo de programación ponían en México; o, para ser concretos, en aquel hotelucho de Marbella. Cinnamon les observaba sin saber muy bien cómo intervenir; todavía no se creía el viaje que acababa de hacer. Pero lo había hecho, finalmente. Por algún motivo, estaba intrigada por la extraña oferta de la madre Duquesne… y también por los extraños personajes con los que le había tocado viajar. Así que, decidida por fin, les dijo:

─La tele no funcionará aunque la enciendas. Tienes que echarle monedas. Y aun así, hay un chicle pegado por dentro de la ranura.

─Veeeenga, pero yo quiero saber qué poneeeeeeeen.

Jefferson parecía tener la determinación de ser lo más insoportable posible durante el viaje; no se había callado en todo el recorrido en tren, ni en el recorrido al hotel, ¡ni siquiera en el recorrido a la «recepción»! ¡Si es que se podía llamar «recepción» al ajado libro de visitas que tenían sin vigilar en uno de los garajes que había debajo de las habitaciones… si es que podían llamarse habitaciones! Tía tenía claro que no quería tener que aguantar a este hombre durante toda la misión que llevarían a cabo, así que le respondió, perdiendo los nervios:

─Ca. Lla. ¡TÉ! ¡Más te vale que no estés todo el viaje dándonos la tabarra! ¡Y, por cierto, falta una cama en esta habitación!

Así era, y no porque hubieran pagado poco (que también), sino porque el hotel no tenía salas libres con más camas. Así que habían tenido que conformarse con… lo poco que podían ofrecerles. Esto no hacía nada más que acrecentar las reticencias de Tia sobre la tarea que les había encomendado su madre. Claro que ahora era demasiado tarde para echarse atrás.

─Bueno, no pasa nada… es suficiente para nosotras dos. Después de que las limpien… y desinfecten un poco, claro.─Dijo Cinnamon, siempre pacificadora.

─Espera, ¿y yo dónde dormiré?

Y, como toda respuesta a Jefferson, las dos mujeres miraron el sofa polvoriento que había junto a la puerta del baño. Tras mucho deliberar (aunque su madre no le había permitido pensárselo, claro), Tia había accedido finalmente a llevar el misterioso paquete… no sin antes reclamar un móvil nuevo, claro.

─Ah, no, no… bueno, en fin. Al menos habrá una manta, ¿no?

─¿De verdad te hace falta una manta cuando hacen 30 grados a la sombra? De todas formas, mejor si no la hay. Todo en esta habitación me da mala espina. Sobre todo ese cuadro con el payaso llorando.

Tia se refería a un cuadro que efectivamente tenía ese tema y estaba colgado sobre una de las camas. Ya sabía Cinnamon, pues, cuál iba a ser la suya; de todas maneras, le daba lo mismo. Esperaba poder acabar este trabajo rápido y, tal vez, llegar incluso a disfrutar algo del genial tiempo que hacía en Marbella. Y tal vez incluso librarse de Jefferson: no le caía mal, pero era cierto que era un pesado, comentándolo todo con bromas que no tenían ninguna gracia. Ah bueno, lo traían como «remolque» al fin y al cabo. A su modo, Tia también era pesada; pero la otra mujer tenía paciencia. Al fin y al cabo, sus dos acompañantes eran básica o literalmente adolescentes, así que cabía esperar inmadurez por parte ambos. Y Cinnamon tenía que dar la razón a Tia: esa habitación era escalofriante.

─¡Tenía que haberlo esperado de mi madre! ¡El hotel más barato en toda la ciudad! ¡Típico!

Jefferson ya estaba pensando otra bobada para poner de los nervios a Tia; la chica era absolutamente insoportable, ¡y por eso le encantaba tocarle los nervios! No tendría problema con tocarle «otra cosa», pero estaba en una misión al fin y al cabo; y, de todas formas, eso la pondría aún más irascible. Claro que, tal vez, eso fuera todavía más divertido. El «Hotel Cutre’s» (no tenía ni idea de que signifacaba eso en español), estaba incluso un paso por encima de su casa flotante, pese a no tener colchón de agua; esto iban a ser unas grandes vacaciones… siempre después de cumplir la misión, claro.

─¿Tienes la dirección del Señor Argerich?

─Sí. Espero que sea sencillo. Cuando vayas a actuar mañana, iré contigo y sacaré el paquete. Lo llevo al tío ese y ya nos podemos pirar de aquí. No es mal plan.

─Y yo, ¿qué haré?─Les dijo el tercer acompañante.

─Tú… tú no salgas de la habitación.

─¡Superchachi!

Jefferson pasaría una mañana realmente entretenida intentando hacer funcionar el televisor. Claro que de ninguna manera quitaría las latas de cerveza que alguien (y esperaba que fuera «alguien» y no «algo»), había dejado sobre el mueble pasado de moda de la tele. Ni siquiera él se atrevía a tocar eso.

©Eduardo Melero Verdú, 2021

Edu Melero es colaborador en CosmoVersus. Algunos de sus relatos forman una serie con los mismos personajes; este sigue los eventos de Leopard print.

Tripulación CosmoVersus

Eduardo Melero
Eduardo Melero
Si fuera cuadro en vez de persona, sería algo así como esas acuarelas de paisajes tan ajadas y difuminadas que parecen una pintura fauvista (cuando es en realidad un lago con nenúfares). Podría parecer que esto es una desvaloración a mí mismo, pero todo lo contrario: me encantaría tener todos esos colores.

Soy un periodista que, mientras está en paro, enseña música. También soy un músico que, mientras no toca, escribe críticas, diálogos, o cualquier burrada que se me pasa por la cabeza. Si veis mi nombre y frases aquí, es gracias al creador de este blog. ¡Pero no le digáis que os lo he dicho!

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