‘Promesas’, un relato de Marcos A. Palacios

Existen promesas que se hacen a los demás, que a menudo quedan pendientes… por una buena razón. Procura recordar esto: al final de una etapa siempre sabrás los motivos. Promesas, un relato de Marcos A. Palacios.

Me prometías tantas veces ir a la costa ver el mar, el sol del atardecer que convertía el cielo en naranja. Mucho prometiste, pero no dio tiempo, al final, a todo. Quedaré yo, a solas, para hacer aquello que pensaste para mí y mis hermanos. Cuando hoy, lejos del pueblo, ya no está el primo Juanito, el pobre, que no podía correr tanto como los demás, y le mordió aquel perro, el del Sebastián, y lo dejó cojo. Tampoco es que hiciéramos nada malo colándonos en el maizal. A veces nos reíamos de él y lloraba. Me consolaba ver que no era yo el único que sufría. Después de todo, lo suyo no era nada si comparaba tus gritos y peleas con mamá. Llegaste a levantarle la mano y eso jamás lo conté a mis hermanos. Uno de ellos desapareció, sin tener oportunidad de saberlo algún día.

Esta noche, cuando te vayas, mis hermanos me escucharán sin percibir apenas lo que yo sufrí. Ni les dolerá siquiera, porque es cosa de hace tantos años y no estaban allí para verlo; en cambio, yo tuve que cargar con todo y aprender a callarme. Siempre callado, a sus órdenes, señor. Tanto amor no cubría el miedo que te tenía. Y aún así, deseaba ver el mar, la playa, el atardecer naranja. O las estrellas. Contigo, todos juntos, ¿no es así una familia de verdad? El telescopio que trajiste en la noche de Reyes sigue allí, por si no lo sabías. Embalado, nuevo. No he querido moverlo del desván. Y allí seguirá hasta que la casa del pueblo desaparezca entre la niebla de las décadas, bajo los escombros de recuerdos, mucho después de que mi pelo blanquee mi semblante y mis huesos se diluyan.

No me gustaba dormir la siesta, quería vagar bajo el sol por la ribera del río, abandonar el ambiente asfixiante de tu mano, amenazadora como un muro de hierro y horror. Después, cuando volvía a merendar, mamá callaba y tú, algunas veces, te ibas para no enfadarte más, porque en el fondo me entendías. Por la noche, nos íbamos a dar una vuelta y me contabas historias del pueblo, siempre eran bonitas. No como las de mamá, cuando me asustaba con el cuento de la Casa del Roble, que continúa abandonada. Una noche, durante las fiestas, la sombra ennegrecía su imagen y se colaba a través de los cristales rotos de los ventanales. Parecía que la luz de la verbena huía de aquella fachada herrumbrosa, y de cuyas grietas surgían silbidos, que mamá traducía con la peor y más macabra historia. Allí, en el silencio, apartada del festival de danzas, la Casa del Roble callaba con la culpa de la muerte. “Desaparecieron unos niños, hace tiempo ―decía mamá―, y después de días de búsqueda, los hallaron muertos, con un hacha en la cabeza”. Y yo, temblando, nunca he quitado ojo a ese caserón, eternamente deshabitado; ni siquiera cuando pasábamos por delante y los demás se reían porque me echaba a llorar.

Ahora caigo dentro de tus ojos, mirada vacía como la negrura de las ventanas de aquel caserón. Están callados, pero yo sé que me escuchas, a falta de articular una sola palabra. Sabes y entiendes que he llegado a comprenderlas. Son muchos años transcurridos percibiendo mis recuerdos al pie de la imagen con que los mantenía vivos. Pero la verdad decepciona. Es como encontrar esa foto de hace treinta años y comprobar lo diferente que es a como la retenías en la memoria. Nada es lo que parecía ser, y cuanto más tiempo transcurre, peor, porque la tortura que arrastro ha deformado todo lo que amaba.

No pienses que te estoy reprochando. En realidad, eres tú quien tiene derecho a ello. Si bien no usamos el telescopio, me llevabas a ver las estrellas en las noches despejadas, y algún que otro cometa perdido se hacía visible. En mi defensa diré que nunca creí que allí hubiera osas grandes o pequeñas, sino collares como los de mamá. No veía constelaciones, pero sí mapas del tesoro. Te reías, me hablabas durante horas para que olvidase a los amigos de mi hermano, los que no volvieron a casa porque me enfadé con ellos, porque no me dejaban acompañarles a la Casa del Roble, en un juego de misterio. Aquel verano indeterminado fue la última vez que entraron allí, yo me encargué de eso, solo quería asustarles. Cuando ya no estés, estos recuerdos volverán a ser míos.

Por Marcos A. Palacios

Fotografía: Photoikigai. Freepik.

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

2 comentarios sobre «‘Promesas’, un relato de Marcos A. Palacios»

  1. Un relato enigmático que requiere más de una lectura, con un punto inquietante en la voz en primera persona del protagonista. Directo y extrañamente perverso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *