‘Saber espacial, sabor especial’. Un relato de Pedro Pastor Sánchez

Sabor espacial, sabor especial es un relato de Pedro Pastor Sánchez en el que nos muestra su sensibilidad hacia la cultura humana actual, desde un punto de vista futuro, y donde tiene cabida el sentimiento humano por encima de la evolución tecnológica.

Sabor espacial, sabor especial

En el interior de la nave no se apreciaba la enorme velocidad a la que esta se desplazaba por el espacio interestelar. Colonizar un planeta no es tarea fácil, y la especie humana había empleado mucho tiempo y esfuerzo en desarrollar la tecnología necesaria para alcanzar estrellas vecinas, ansiando encontrar un sustituto para la agotada y envenenada Tierra.

HANA, el ordenador central, había encomendado tareas a todos los tripulantes para mantenerlos activos y en perfectas condiciones para el momento de la llegada a destino.

En el Segmento Ac-Ci de la gigantesca circunferencia se almacenaban una variopinta cantidad de objetos procedentes de los museos de todo el mundo, así como donaciones de fundaciones y particulares, de modo que aquella parte del navío era una amalgama de todo lo que una civilización había creado en aras del bienestar y el desarrollo.

E-Termin, la encargada del archivo de la Sección GX-44, y su asistente, G-rey, se afanaban en ordenar, clasificar y archivar todo tipo de enseres hacinados en bastos contenedores. En concreto, estaban manipulando el septuagésimo quinto de los etiquetados como «Época: Siglo XX». El proceso era rutinario, pero para E-Termin, especialista en el archivo de libros, documentos y legajos, la variedad y rareza de los objetos de este nuevo contenedor le obligó a recurrir a las antiguas bases de datos para intentar averiguar qué eran y para qué servían cada uno de ellos.

—¿Sabes, G-rey? Ya estaba cansada de apilar volúmenes y volúmenes de libros.

—¿Cansada? —preguntó con extrañeza—. Libros o cachivaches, qué más da. Esto es trabajo. No veo la diferencia.

—Bueno, es cuestión de variedad. Es más entretenido.

—¿Entretenido? —contestó como si fuese la primera vez que escuchase esa expresión.

—Solo pensar que estos objetos no han sido utilizados desde hace centurias…

—Son antiguallas sin ningún valor —espetó G-rey.

—Pero ten en cuenta que en su día tal vez fueron lo más novedoso, y que alguien los pensó, diseñó y construyó con la idea de que fuesen útiles y perdurasen —trató de esgrimir E-Termin como argumento.

Trabajaron sin descanso durante horas, desempolvando artilugios que pusieron a prueba toda su capacidad deductiva. Por delante de sus ojos pasaron una aspiradora, una tarjeta de crédito o unos bigudíes, así como multitud de objetos que nunca antes habían visto.

A pesar de manipular con el máximo cuidado y atención, algunos objetos, por su estado de conservación o fragilidad, aparecían deteriorados o rotos. No fue este el caso de uno que G-rey sacó de una caja. Se trataba de una plancha perfectamente circular y delgada de color negro, fabricada de un material que identificaron como plástico, surcada por una finísima espiral en toda su superficie. E-Termin dispuso el objeto frente a sí, y un haz rojo lo escaneó de parte a parte. En los monitores empezaron a aparecer imágenes de objetos similares que ya hubiesen sido catalogados, como referencia para su identificación. Efectivamente, se trataba de un disco de vinilo, categorizado como música. Pero, ¿qué era música?, se preguntó E-Termin. Instintivamente, pulsó la pantalla sobre esta palabra solicitando una muestra, y por megafonía una melodía sonó al azar.

G-rey permaneció impasible, pero los sonidos que inundaban la sala provocaron en E-Termin una respuesta física. Advirtió como algo vibraba de forma desacompasada en su interior. Volvió a mirar a la pantalla, y observó que esta pieza estaba catalogada como «Hard Rock». Miró de nuevo al disco y tecleó, muy despacio para no equivocarse, los caracteres que se dibujaban en su carátula: Vivaldi.

El resultado fue espectacular. Al momento de cambiar la melodía, ese desasosiego se tornó en armonía. De hecho, le agradó tanto que solicitó más y más piezas de este descubrimiento llamado música. Los monitores acompañaban las notas con todo tipo de antiguas imágenes catalogadas de forma afín, por autor, título, etc. Una sucesión de flores multicolores, dunas infinitas bajo un ardiente sol, hojas ocres movidas por el viento y paisajes nevados se reflejaban en las pulidas paredes de la sala, las cuales parecían mutar por sí mismas el color y tonalidad según se sucedían las notas.

—¿No te parece magnífico, G-rey?

—¿El qué? ¿Esta sucesión de sonidos modulados?

—Pero alguien se tomó la molestia de ponerlos aquí, en este trozo de plástico, y supongo que con algún propósito. Es otra forma de comunicación. Me gusta.

—¿Te… gusta? —una vez más, el vocablo le pareció como algo ajeno, sin sentido.

Las últimas palabras de G-rey quedaron como suspendidas en el aire pues el nuevo objeto que apareció ante sus ojos asombró nuevamente a E-Termin. Ya conocía lo que era porque en las incontables horas que había dedicado a clasificar libros, en más de una ocasión pasaba sus páginas para ver su contenido. Comprendía lo que leía, porque había sido instruida para ello, pero en muchas ocasiones las frases se tornaban acertijos indescifrables, especialmente en aquellos pertenecientes a la categoría Poemas. Era capaz de distinguir una metáfora o un oxímoron, pero tenía la sensación de que había algo, una intención, que se le escapaba a su entendimiento. Y muchos de esos poemas venían ilustrados con dibujos o fotografías, a veces reproducciones de cuadros alegóricos al tema en cuestión. Pero esta era la primera vez que observaba directamente un cuadro.

Tras el pertinente paso por el escáner, la etiqueta asignada fue Kandinsky. Los colores, las formas, estallaron como fuegos artificiales ante sus ojos cuando los monitores mostraron más y más imágenes de obras de arte ya olvidadas. Chagall, Klee, Picasso. No era fácil reconocer formas familiares en los trazos, pero los colores parecían hablarle, estaban llenos de dinamismo, de pasión.

—En el pasado, había personas que se dedicaban a almacenar objetos de este tipo, cuadros —apuntó E-Termin.

—No le veo el sentido. Son objetos construidos con materiales sin valor, frágiles e inútiles.

—Pero mira estos colores, esta forma de representar la realidad. Hay algo especial en estos trazos, algo estético, un sentimiento.

—¿Sentimiento? —Era la cuarta palabra que G-rey escuchaba en un intervalo corto de tiempo y que le parecía absolutamente vacía de significado.

Para E-Termin estaba siendo una de las jornadas más especiales en mucho tiempo. Continuaron trabajando con música de fondo mientras el reflejo de los monitores convertía las paredes de la estancia en una pinacoteca. Hasta que por fin llegaron al final del contenedor. De allí, G-rey extrajo una caja de madera, y de su interior un objeto cilíndrico cubierto por una gruesa capa de polvo. Como siempre, se lo entregó a E-Termin, y el escáner dictaminó que aquel objeto era una botella. Solicitó a la base de datos una descripción y obtuvo como resultado: «recipiente contenedor de diversos líquidos». Aproximó una lámpara LED y agitó la botella, pudiendo observar como el líquido la llenaba casi en su totalidad. Probó a limpiar con una de sus falanges el polvo que cubría la etiqueta adherida, pero los caracteres impresos habían sucumbido al paso del tiempo.

—Vaya, parece que esta vez lo tenemos difícil, G-rey. La base de datos arroja más de tres mil quinientos posibles líquidos que pueden almacenarse en una botella de este tipo.

—Bueno, no es el primero que se cataloga como desconocido.

—¿Para qué emplearían este líquido? ¿Y por qué conservarlo en este recipiente tan pequeño y frágil?

—Qué más da. Déjame retirarlo y cerremos el archivo de una vez.

Tal vez fue la prisa por terminar la jornada, el caso es que G-rey no asió la botella con la suficiente firmeza, a lo que también contribuyó el polvo acumulado en su superficie. La botella se rompió al golpearse contra el suelo. Los fragmentos de vidrio volaron en todas direcciones y el líquido se desparramó salpicando a E-Termin. Pero lo que más le impresionó no fue el estruendo, ni lo inesperado del hecho, ni la mancha de color granate que cubría el suelo.

Comenzó a notar, a percibir, a través de sus sentidos, sensaciones nuevas. Se sintió embriagada por el olor desprendido por aquel líquido. No fue necesario recurrir a la base de datos. En su memoria se agolpaban imágenes de campos de garnachas, racimos de uva syrah, merlot, cabernet sauvignon. Los brindis se sucedían y la alegría colmaba los corazones. Todo era celebración y fiesta. Y pensó que quería ser partícipe de esta felicidad.

Alargó uno de sus miembros y cogió la parte inferior de la botella, que aún conservaba una buena cantidad del precioso caldo. Lo aproximó, mirándolo con atención antes de verter el líquido en su interior, que cayó como una cálida y arrebatadora cascada. Al principio fue placentero, se sintió en comunión con los que brindaban y se regocijaban. Nunca antes había experimentado estas sensaciones. Pero al instante, advirtió que algo iba mal. Y lamentó que, probablemente, se perdería el día tan esperado, alcanzar la meta de la misión en la que se había embarcado. Dentro de veinte años el pasaje despertaría de su letargo para deslumbrarse ante el brillo de Alfa-Centauri. Pero ella no lo vería.

Su visión empezó a desenfocarse, el haz rojo del escáner se apagó definitivamente y un humo negro salió por varias rendijas de su carcasa metálica. Finalmente se desplomó.

De forma automática se puso en marcha el dispositivo de aviso al servicio de asistencia. HANA envió un mensaje cifrado a G-rey, una sucesión casi infinita de ceros y unos, a los que G-rey respondió de la misma manera en una fracción de milisegundo:

—¿Qué le ha pasado a E-Termin?

—Creo que se estaba humanizando.

Tripulación CosmoVersus

Pedro Pastor Sánchez
Pedro Pastor Sánchez
Con orígenes familiares en Albacete, afincado hace ya muchos años en Madrid. De formación, Ingeniero. De profesión, prevencionista. De vocación, aspirante a escritor.

Aficionado al cine, la literatura y los cómics desde que recuerdo, no hace tantos años que se desató en mí esa «necesidad imperiosa de contar historias». Desde entonces, he colaborado activamente —desde su nacimiento— en la revista literaria Absolem, y posteriormente también en Hebra (ambas bajo el auspicio de La Oruga Azul, asociación para la promoción de la cultura y el arte de Guadix), aportando más de una treintena de relatos cortos. He colaborado en varios números de la revista literaria Gealittera, y también con otros medios impresos, como la revista Wadias información, o la revista especializada OP Machinery.

Algunos de mis relatos han sido seleccionados para formar parte de antologías. 'Howard' apareció en la llevada a cabo por Absolem en 2014. 'Saber espacial, sabor especial' fue seleccionada tras el certamen literario y artístico Guadix Primavera y Vino, en 2017. La más reciente, en 2019, fue aportando el relato 'Visionarios' (escrito con Eduardo Moreno Alarcón), presentado al Certamen de Relato de Ciencia Ficción Apolo 11, y compilado en el libro 'Efeméride', publicado por Editorial Premium, como conmemoración del quincuagésimo aniversario de la llegada a la Luna.

2 comentarios sobre «‘Saber espacial, sabor especial’. Un relato de Pedro Pastor Sánchez»

    1. Hola Ángeles, gracias por tu comentario. También soy de los que creen que ese libre albedrío es solo para organismos vivos, humanos en este caso, nunca para máquinas. Aunque se pueden programar para ello, si pueden programarse para razonar… Sin embargo, como en este relato del amigo Pedro, hay muchas obras en literatura y cine que emplean también el libre albedrío para los robots. Ya es cuestión de creatividad y de puntos de vista. ¡Un saludo!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *