‘Sola en el desierto’. Un relato de Edu Melero Verdú

Siguiendo los mandatos de su madre, Tia va a visitar la casa de Jose A. Argerich, mago mexicano al que tiene que entregar un misterioso paquete. Lo que encuentra allí, no obstante, sólo podrás saberlo si continúas leyendo el relato de Edu Melero…

Y no había nada.

La dirección («Carretera del Cierro Grandote, Km. 46, y 2 km. en dirección norte»), no podía ser más clara; de hecho, Tia encontró algo: un ranchito, poco más de un cuarto, rodeado de helechos y completamente vacío.

La placa que había al principio del disperso camino («Rancho Argerich»), le indicaba que no se había equivocado; o por lo menos, no lo había hecho a la hora de seguir instrucciones.

Tia miró impasiva las ramas (¿o tal vez hojas? nunca la quedaba claro) de las pitas que crecían sin orden por entre la arena y las piedras del desierto, tal vez esperando que éstas respondieran algo a su mirada; pero, como mucho, podría pincharse en sus hojas. Lo único mínimamente interesante del paisaje que la rodeaba, a no ser que fuera alguien a quien le interesaran esas cosas (que no lo era), eran las palmeras probablemente plantadas por el propietario del solar. Estas mecían sus ramas al son del escaso viento que siseaba por la ropa de Tia quien, de pie, se preguntaba que sentido había tenido su viaje.

Como era de esperar, de nuevo, su madre había encontrado una forma de fastidiarla. Ya no tenía ni gracia siquiera. Se encaminó entonces hacia el cuartito color salmón y se asomó por la puerta: un par de ventanas (agujeros practicados en la pared, básicamente), dejaban pasar la luz que iluminaba un viejo catre de hierro que, aunque cuidadosamente preparado y decorado, no resultaba para nada apetecible. En la pared de encima, un tablón de corcho casi vacío, con tan sólo dos elementos colgando: una lista de la compra y una postal de California.

Si hubiese mirado el tablón con más detenimiento, Tia podría haber visto el nombre de su madre tras la postal, y que varias de las chinchetas que no sostenían… nada sobre el tablón sí que tenían pequeños legajos de papel a su alrededor, como si alguien hubiera arrancado papeles rápidamente. Claro que Tia distaba mucho de ser ninguna detective, investigadora, o cualquier cosa por el estilo, así que no advirtió ese pequeño detalle, y simplemente volvió a salir al paisaje que la había recibido.

Con el paquete entre sus manos, que Tia había llevado en una adorable mochila con forma de mariquita, se planteó si dejarlo en el cuartito, abrirlo, lanzarlo o aplastarlo contra el suelo.

Finalmente, decidió volver a meterlo en la mochila y sentarse sobre la arena del desierto. Desde esa incómoda posición, Tia contemplaba, más detenidamente, qué hacía allí. Era todo una maquinación de su madre, claro, que siempre conseguía convencerla; pero ¿por qué había accedido, pues? Tenía que ser sincera: su relación con la bruja Duquesne no iba a mejorar ya. En todo caso, empeorar. Si no lo hacía por su madre… entonces debía estar haciéndolo por sí misma.

Sí, claro; estaba perdida en medio del desierto porque había querido.

Por mejorar su espíritu de lucha o algo así… claramente, este tampoco era el motivo. Y sin saber encontrarlo, pues simplemente se quedo sentada, rodeada del polvo que levantaba el aire.

No, ella nunca lo admitiría; pero el motivo oculto que había tras sus acciones, tras su pequeña aventura, no era tanto querer complacer a su madre, como querer volver a ese tiempo en que Tia estaba contenta ayudándola, aprendiendo y, tal vez, planteándose algún día si continuar su tarea brujeril. Sí, Tia echaba de menos todo eso… aunque no sabía que no iba a poder retornar a esos momentos. Por lo menos, no tal como lo estaba haciendo; Megghie Duquesne tenía sus planes, claro, pero no los revelaría a nadie.

Ni tampoco, claro está, esperaba que su hija acabara con las manos vacías en medio del desierto mexicano.

Dándose cuenta de que, efectivamente, sentada no hacía nada, Tia se levantó, se limpió el polvo que tenía sobre el cuerpo, y sencillamente volvió por donde había venido…

©Eduardo Melero Verdú, 2021

Edu Melero es colaborador en CosmoVersus. Algunos de sus relatos forman una serie con los mismos personajes; este sigue los eventos de En Cutre’s.

Tripulación CosmoVersus

Eduardo Melero
Eduardo Melero
Si fuera cuadro en vez de persona, sería algo así como esas acuarelas de paisajes tan ajadas y difuminadas que parecen una pintura fauvista (cuando es en realidad un lago con nenúfares). Podría parecer que esto es una desvaloración a mí mismo, pero todo lo contrario: me encantaría tener todos esos colores.

Soy un periodista que, mientras está en paro, enseña música. También soy un músico que, mientras no toca, escribe críticas, diálogos, o cualquier burrada que se me pasa por la cabeza. Si veis mi nombre y frases aquí, es gracias al creador de este blog. ¡Pero no le digáis que os lo he dicho!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *