‘¡Tía, estamos en 1984!’, un relato de Marcos A. Palacios [Parte 1 de 2]

¡Tía, estamos en 1984! Marcos A. Palacios vuelve con un relato desenfadado, a su mejor estilo. Una aburrida tarde de Jade con sus amigos puede convertirse en una estrambótica experiencia.

¡Tía, estamos en 1984! Parte 1 de 2

Un fin de semana lluvioso y de vacaciones era el caldo de cultivo ideal para cuatro adolescentes aburridos y superficiales. Resguardados en el garaje de los padres de Jade, lo único que brillaba en la oscuridad era las pantallas de los teléfonos móviles.

Jade, impaciente, tenía la molesta costumbre de importunar a los demás con el sonido de los videos y mensajes de Instagram. Para eso era la anfitriona. Ninguno se atrevía a decirle nada, aunque daba igual. Llamar la atención podía considerarse su especialidad, estuviera donde estuviese. Dani, mirándola de reojo, deseando oler su pelo y abrazarla. Teo, dándole un codazo disimulado que Laura y Jade advirtieron —así que ya no resultó ser tan discreto como pretendía—, quiso evaporar las infantiles ilusiones del muchacho respecto a salir con la coqueta de la pandilla.

—Puf, no puedo, de verdad, que no puedo —lamentó Jade realizando movimientos aeróbicos al ritmo de Rosalía.

Teo descompuso su cara horrorizado por la música. Mantenían un silencio absoluto, como enfadados. Lo que no sabían todavía es que aquel enfado era consigo mismos. Sentir culpabilidad cuando la mente está libre de ataduras y tareas es muy fácil. Y desagradable, porque ahora es cuando se daban cuenta de sus carencias.

—¿Con qué no puedes? —preguntó Laura.

—A ver, ¿puede una aburrirse más? Afuera está diluviando, todo inundado, sin salir, sin playa, aquí encerrados. De verdad, que me da algo. Yo no llego a la graduación. Vamos, es que ni pagando.

Dani vio la ocasión de hacerle la pelota. No conseguiría nada, pero las adulaciones aceptadas por su fracaso amoroso como un juego de intenciones eran suficientes para él. Jade se dejaba conquistar sin llegar al puerto deseado. ¿Y qué? “Que me quiten lo bailado”.

—Mira —dijo acercándose a Jade—. Si luego amaina un poco, tengo un plan. Pero habrá que ir pronto. He encontrado invitaciones para Boite en esta aplicación.

—Pero, ¿no estará muy concurrido? —respondió Laura—. Es que me agobio.

Teo la agarró de la cintura cuando Laura se levantó para ver las invitaciones de Dani, que los contempló desplazando algunos rizos de su cara. Pero Laura no llegó muy lejos, porque Teo la lanzó hacia el sofá, dejándola caer sobre sí mismo.

—¿Boite? ¿No es ese local nuevo del Puerto?

—Sí, y adivina quién os va a llevar… ¡en su coche nuevo!

En realidad, era el viejo coche de su padre, que se lo había regalado. ¿Qué más da? La ilusión que no se pierda.

Como celebrando una victoria imaginaria, Jade dio un salto repentino cayendo sobre los brazos de Dani, ya preparado para recibirla con desmedido entusiasmo.

—Oye, no te pases, y no aprietes, cielo —susurró Jade al oído de Dani con un suave soplido—. Tu sonrisa mexicana aún no ha llegado a la otra orilla…

No tuvo más remedio que dejarla ir.

—No sé, no me gustan los lugares tan abarrotados —intervino Laura—. Prefiero una cafetería, ¿verdad, Teo?

Un beso veloz de Laura anticipó la respuesta del muchacho como un copia y pega, porque Teo siempre le seguía la corriente.

—Chicos, os quiero, pero… me dais mucha pena, ¿lo sabéis? Venga, Laurita, deja esa actitud y vamos a preparanos. Parece que la riada se está evaporando. Tengo ropa chulísima —y dicho lo cual, Jade se detuvo mirando a su amiga de arriba abajo—… Ay, si es que no te va a quedar como a mí. Es lo mismo, lo intentamos igualmente, ¿no?

—¿Os paso las invitaciones? Las estoy descargando.

—¿No valen para grupo? Por si pillamos zona VIP y eso.

—Me temo que no. Pero así no pagamos veinte euros que nadie tiene en su cartera, supongo. Da igual, con una copa es suficiente, Jade. Menos da una piedra.

—¡Venga, moved esos traseros! —exclamó Jade. Y esta vez subió el volumen del móvil con un tema de C. Tangana— ¡Uhhh! Mira que sois aburridos —Arrancando a Laura de los brazos de Teo, inició una compulsiva danza por todo el garaje.

Dani se sumó al ritual preparatorio de la salida nocturna con sus amigos mirando pasivo desde el sofá.

Para celebrar que la lluvia apenas se hacía notar, y que las calles —según se veía por los ventanales— ya volvían a ser transitables, con excepción de charcos en un paso de peatones y en los caminos del parque de enfrente, Jade encendió un canuto, a lo que Laura arrugó el ceño y Teo se tapó la nariz.

Pronto la estancia acumuló una espesa sombra sobre los muchachos. Dani era el único que toleraba respirar bajo esas condiciones.

—Oh, creo que no va internet. ¿Aquí siempre hay cobertura? —comentó Dani.

—Tío, conecta los datos —exclamó Jade con tono de fastidio.

—Pues es que no me van tampoco. Creo que es la cobertura. ¿Y vosotros?

Todos cogieron sus teléfonos móviles, pero estaban como muertos. Dani optó por utilizar el Bluetooth.

—¿Mi móvil tiene de eso? —preguntó Jade.

—Juntad los móviles, please. ¡Como los cuatro mosqueteros!

—¿Los cuatro qué? —Jade arrastró la última palabra en señal de burla. ¿Qué demonios decía este chico?

Colocaron los móviles sobre una mesita con una pata coja. Después, la poca luz de la bombilla explotó, quedaron a oscuras y los móviles vibraron sin haber sido tocados siquiera por sus dueños. A continuación, expulsaron un espeso humo y, tras lanzar chispas que les obligaron a apartarse, las pantallas sufrieron un shock hasta estallar en pedazos.

Ahora en el garaje solo olía a chamusquina y hierba. Intentaron salir del garaje directamente a la vivienda, pero la puerta se encontraba atascada. De un empujón, Teo, más alto y corpulento comparado con Dani, pudo abrir, dejando tras de sí los goznes partidos.

A oscuras, sin linternas, tantearon las paredes. Jade soltó un gemidito de fastidio para titubear con unas primeras palabras.

—¿Cómo es posible que me pierda en mi propia casa? —exclamó.

—¿Qué es esa música? —advirtió Dani—. Tus padres han montado una fiesta, ja, ja, ja.

Como muchas cosas que decía, no tenía gracia. Por lo menos a ojos de Jade. No, sus padres no estaban, si no, no se habría atrevido a encender el canuto. Encontró un mechero en su bolsito, y cuando lo encendió gritó del susto.

—¡Este pasillo no es de mi casa! ¿Dónde diablos estamos?

Dani la tranquilizó. Podría ser que se equivocara de puerta y estuvieran atravesando el pasillo a otra parte de la casa. Sonaba inverosímil y absurdo, porque tuvo que reconocer que no había más puertas en casa de Jade que condujeran desde el garaje a otra estancia, salvo la que acababan de cruzar.

El sonido de la música se advertía más contundente a medida que avanzaban. Laura, asustada, no quería seguir. Resguardada detrás de Teo, temblaba como un pajarillo aterido. Al sonido que hacía temblar las paredes se sumó un rumor enloquecido de gente. Jade pensó rápidamente. Eran unos compases extraños, para nada conocidos por ella.

A pocos metros encontraron otra puerta, entreabierta. Un fino hilo de luces intermitentes aparecía constante y al ritmo de una melodía que Jade calificó como “anticuada”. Sin pensarlo, Dani abrió la puerta, no sin dificultad, para encontrar, a continuación, la pista de lo que parecía ser una discoteca en pleno éxtasis.

Continuará… (Lee la segunda parte aquí)

©Marcos A. Palacios

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Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

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