‘Arcaven’, de Leandro Buscaglia. Capítulo 5: Futuros Truncos

Arcaven, de Leandro Buscaglia. Entre vivencias místicas y realidad aumentada, Luriel ya no distingue la realidad de la ficción. El lector tampoco. ¿Qué se esconde detrás del videojuego Arcaven? ¿Podrán ayudarle los seres misteriosos que rigen el destino de Luriel ante los peligros que se enfrenta?

En capítulos anteriores: Luriel es un niño que vende figuras artesanales en las Cataratas del Iguazú. Un día, unos misteriosos seres lo observan y consiguen que gane mucho dinero con ideas que le inducen en sueños. Sin saber qué hacer con tanto dinero, su amigo Marcos le recomienda un videojuego virtual, Arcaven, y cuando Luriel lo prueba parece perder la razón, ya que no distingue la realidad del videojuego. Sin embargo, ahora Luriel se ha ido intentando derrotar a todos los enemigos de Arcaven para conseguir un ansiado sueño… Hasta que se encuentra con una criatura aberrante que le hace vivir terribles y místicas situaciones y peligros. Mientras, los seres que manejan el destino y los sueños de Luriel, intentan ayudarlo, pero la criatura los descubre.

Capítulo 5:  Futuros Truncos

-1-

—Levántate —dijo la voz del juego.

¿Cómo pudo oírla Luriel sin tener puesta la venda? En un principio nos sorprendimos tanto como él, pero enseguida improvisamos algunas hipótesis para explicarnos el fenómeno:

1- Las ondas electromagnéticas de la venda permanecían dentro del cráneo por algún tiempo.

2- La venda puede lanzar ondas electromagnéticas a cierta distancia (solo estaba a medio metro).

3- La venda deja pelusas con nanotransistores.

4- (Improbable pero no imposible). El locutor que hizo la voz del juego pendía algunos metros por encima de Luriel.

Nuestro pequeño despegó la frente del barro para confirmar que la venda brillaba en el suelo.

—Recoge la venda y límpiala —dijo la voz.

Engañado por el truco, la tomó con mano temblorosa. Los nervios le hicieron olvidar la mitad de la orden y se la iba a poner sin más.

—¡Límpiala! —insistió la voz.

—¿Cómo querés que la limpie? —se quejó, pero enseguida fue consciente de su atropello—. Perdón…

—En la fuente.

Lo que sigue sorprenderá al lector: detrás de Luriel, había una fuente de agua con la figura de Emma Carpenter. Exquisitamente tallada en mármol blanco, Emma se extendía hacia adelante con sus palmas abiertas y sostenía un rostro imaginario, al que besaba en los labios. De su boca brotaba el agua. Luriel caminó hacia ella como hipnotizado.

Queremos aquí hacer una aclaración para que el lector no se aventure a conclusiones irracionales. La fuente podía estar ahí y nosotros no haberla detectado antes por el simple hecho de que nos encontrábamos a la caza de un objetivo, el púber troll, y su presencia resultaba tan irrelevante que no la colectamos. Estas cosas pasan cuando la concentración alcanza su máxima agudeza y nos vemos obligados a resignar recursos de un lugar para reforzar otro. Con respecto a qué hacía en ese lugar semejante pieza de arte, no es necesario ser un genio para elaborar distintas posibilidades; dejamos esta tarea al lector, no sin antes recordarle que la belleza de Emma Carpenter es mundialmente conocida y que muchos artistas suelen vivir en lugares apartados de las grandes urbes.

Luriel apoyó su rostro en las delicadas manos de mármol y bebió del agua fresca. Después lavó concienzudamente la venda y se la puso. ¡Qué decepción! La hermosa escultura de mármol ahora se veía como un simple caño emergiendo del suelo y una oxidada canilla mal cerrada. Para admirar un poco más la figura de Emma, Luriel se quiso correr la venda.

—¡No! —Lo interrumpió la voz.

—¿Por qué?

—Recoge una hormiga del suelo.

Una hilera de hormigas se dirigía hacia el bosque. Luriel puso su dedo y una de ellas se subió a él.

—Explícale que lo que llevan no es alimento, sino veneno —dijo la voz.

—No puedo.

—Tampoco puedo explicarte por qué no tienes que quitarte la venda.

El juego, además de peleas y conquistas de territorios, parecía también tener espacio para dilemas filosóficos.

—¿No tengo que sacarme la venda jamás?

—Ni por un segundo.

Nos pareció una estrategia de marketing demasiado agresiva. Luriel contempló la canilla oxidada con resignación.

—¿Y la flecha? ¿Dónde está la flecha?

—Detrás de ti.

Ahora levitaba en dirección al norte.

—¿Quién era el que se perdió en el bosque?

La voz ya no respondió.

Luriel se sentó en el cordón de la calle principal para pedir aventón. ¿Quién iba a subir a alguien embarrado a su auto? Al rato comenzó a dormitar. Elaborábamos, entre tanto, un sueño en el que bailaba con unas mulatas en una playa de arenas blancas y mar verde; queríamos que pudiera relajarse. Sin embargo, el bicho apucherado otra vez hizo de las suyas: arrojó al lado luminoso una bola de fuego que estalló y se convirtió en un sueño absurdo, fuera de toda conveniencia.

En el sueño, Luriel apareció frente a nosotros, en el lado luminoso de su consciencia. Extendiendo los brazos hacia él, estaba Emma Carpenter.

—¡Luriel, dame un beso! —Nuestro pequeño, para sorpresa de todos, se alejó de ella—. ¡Ya ganaste el juego!¡Mirá!

Se infló el globo terráqueo holográfico: estaba teñido por completo de azul cielo.

—¡Mentira! —Luriel arrojó una espada contra el globo y lo hizo estallar. Quedó expuesto un globo más pequeño con el territorio de verdad conquistado, una ínfima manchita en la inmensidad escarlata.

—¡Oh! —exclamamos, admirados por aquel giro de la trama.

Luriel volteó hacia nosotros: nos había escuchado. ¡En qué sueño tan surrealista lo había sumergido el bicho repugnante! Apenas terminó de aceptar nuestra presencia, Luriel elevó su mirada por encima nuestro, hacia la criatura aberrante.

—Dame al niño, y Emma será tuya —dijo el bicho, con su asquerosa voz.

Entre Emma y Luriel había ahora un recién nacido en su carrito. El niño, en lugar de rostro, tenía constelaciones de estrellas que nacían, crecían, orbitaban y estallaban. La criatura aberrante extendió los brazos y su pecho se abrió: su interior era un horno encendido.

—¡No!—gritó Luriel.

La criatura aberrante se puso de pie por primera vez y caminó sobre nosotros como si hubiese un cristal. Desenfundó una espada que duplicaba en tamaño a Luriel y la blandió cantando:

Me alimento de futuros truncos, del bien que no se hace, del ser que no nace…

Luriel tomó al niño, lo cubrió con su cuerpo y despertó.

-2-

Luriel quiso pensar que todo aquello no fue un sueño, sino que había sucedido en aquella «realidad más profunda» que era el juego. Se desperezó mientras el sol nacía en el cielo. La calle estaba desierta, solo había unos perros ocupados en destrozar bolsas de basura.

—¿Esa no es la venda de Arcaven? —Escuchamos decir a una voz alquitranada.

Hicimos voltear a Luriel y vimos a tres facinerosos acercándose con paso desvencijado. Uno de ellos sacó un revólver y comenzó a blandirlo con imprudencia. Entonces, Luriel acudió a nuestro consejo. Concluimos que la opción menos peligrosa era correr: nuestro pequeño corría rápido y ellos estaban bajo los efectos de sustancias que perjudican los reflejos y el desplazamiento. Ni bien se impulsó con una zancada, un cuarto delincuente, de gran porte, apareció sorpresivamente de atrás para interrumpir su trayectoria y arrancarle la venda de un tirón. Grande fue nuestra sorpresa al ver que aquellos delincuentes no tenían la apariencia antes descripta, sino que se veían perfectamente sobrios y vestían de traje.

—¡Corré! —gritamos.

Pero Luriel nos ignoró. Le propinó un golpe en los testículos al cuarto delincuente y recuperó la venda. Peor: se la puso. Obsesionado con sus fantasías sobre el juego, pensó que debía enfrentarse con aquellos elementos en el «plano profundo». Desenfundó su espada. ¡Será posible! Muchos de nosotros quisieron renunciar aquel día porque consideraron que nuestro pequeño estaba desquiciado. Cuando el  andrajoso armado se acercó, Luriel le hundió el filo en el estómago de tal forma que salió por la espalda. Vimos cómo se doblaba de dolor y caía agonizante al suelo. Sabíamos que en el plano de la realidad las cosas se desarrollaban de otra manera:  le había dado una piña en el estómago. Al segundo lo derribó con un golpe de su escudo (en la realidad, un codazo). El tercero recibió una patada en el rostro. El robusto de testículos resentidos caminó hacia nuestro pequeño como un oso hambriento pero dopado. Luriel le arrojó dos  cuchillos que penetraron en sus órbitas oculares. El oso cayó arrodillado, tomándose el rostro. Esta circunstancia es algo más difícil de traducir a la realidad. Evaluamos varias posibilidades: la favorita es que se acobardó y le siguió la corriente para evitar la confrontación.

—¿Qué hago si me quitan la venda? —Pensó Luriel mientras se alejaba corriendo a toda velocidad—.  ¡Quedo ciego!  Para eso hubiera sido mejor no haberla tenido nunca. Podría haber seguido con el puesto. En lugar de Arcaven, podría haber comprado una bicicleta, una bicicleta linda. Y podría haber salido a pasear con la hija del kioskero —una chica casi linda que saludaba a Luriel con una sonrisa insistente—, ella me hubiera dado un beso…

Nos sentimos esperanzados con su desesperanza, porque podía suponer el fin de aquella travesía delirante. Aunque no podíamos ignorar que nuestro pequeño estaba sufriendo.

Tampoco pudimos ignorar que la criatura aberrante, sentada en su trono, sonreía.

…Continuará en el capítulo 6

©Leandro Buscaglia, del texto e imágenes, 2022.

Tripulación CosmoVersus

Leandro Buscaglia
Leandro Buscaglia
Desde 1987 convirtiendo oxígeno en dióxido de carbono. En algún multiverso tengo los astros alineados, en este programo como un artista "posmo" y escribo como un informático conservador. Guionista, creador de las apps ficcionales 'Variante Innsmouth', 'Benjamín' y 'Aislakin'. Tengo cuentos en mi blog y la nouvelle 'Arcaven' en esta nave.

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