‘Leopard print’. Un relato de Edu Melero Verdú

En un tren hacia México, una joven rubia con dudoso gusto para la moda viaja hacia su Destino… sin saber muy bien cuál es este. Lee Leopard Print, el relato de Edu Melero, para descubrir cuál es exactamente su objetivo… o no.

La pasajera que, amablemente, le había cambiado el sitio volvió del servicio a su asiento; pero Rochelle ya la ignoraba. Todavía estaba nerviosa por lo que iba a hacer; pero si quería salvar su matrimonio y, probablemente, el resto de su vida, tenía que hacerlo.

Con su hortera dos piezas de leopard print (aunque no tan hortera como la coleta que llevaba uno de los pasajeros más atrás de ella), y apenas una simple maleta, Rochelle se había embarcado en el viaje que le había sugerido su «asistente espiritual», si es que podía dársele un título.

La Sra. Duquesne era una buena guía, aunque Rochelle sospechaba que a veces escondía bostezos cuando le hablaba. La joven no pretendía realmente ser escuchada, de todas formas, sino comprendida; se había casado con un hombre prácticamente desconocido en apenas unos días, así que obviamente no estaba buscando alguien perfecto, o ni siquiera alguien que supiera que tiene que bajar la tapa cada vez que usaba el baño (en serio, no era tan difícil, Enzo). Sólo quería… algo. Una casa… estabilidad… y aventura.

Probablemente.

Mientras la amable compañera se sentaba a su lado, Rochelle pensaba en todo lo que la esperaba en Marbella, la ciudad… o municipio… o lo que fuera, hacia donde se dirigía. Tras su última conversación con Megghie (durante la que ella se había excusado para ir a hacer eructar a su rana-mascota sobre una pócima), Rochelle estaba completamente confusa: le insistía a la otra mujer en que necesitaba encontrar ese «algo» que la hiciera conectar con Enzo y, finalmente, poder disfrutar de su vida de casada, con esa casa con el seto y la piscina que siempre había deseado.

Megghie le insistía ─entre bostezos, aunque creía que Rochelle no percibía eso─, en que lo que necesitaba era tener más mundo, contrastar lo que era capaz de hacer, adónde era capaz de ir, con lo que le esperaba en casa, para aprender a valorarlo… o no, si es que su Destino era no estar con Enzo.

El Destino… eso que siempre pendía de la cabeza de Rochelle, aunque creyera en ello con reticencia. Ella, la pequeña de quince hermanos, siempre había vivido pensando en si su vida iba a ser como la que conocía hasta ahora… o completamente diferente, vaya. Estaba acostumbrada a no ser escuchada, sí, pero, ¿pensaba pasarse la vida siempre así? ¿Iba a tener ella también una gran familia en la que sólo los que más gritaran fueran a ser los que tenían la atención?

Conforme iba creciendo, fue probando distintas cosas: aprendió a hacer acupuntura, a llevar un negocio de plantas de interior, a pintar uñas de diseño… iba saltando de cosa en cosa sin saber muy bien si le gustaban, o no, o si iban a formar parte de su Destino… o si, simplemente, eran una excusa para saber cómo hacerse sus propias uñas de diseño.

Fue así como llegó a la página de «Daredevil_Arqlog», aquél hombre que acabaría siendo su marido y por el que se cambió el apellido. En su noche de bodas le vino a la mente, por fin, su Destino, o al menos uno posible: esa casa soñada, esa vida familiar. Obviamente, a unas horas de su matrimonio, todo esos sueños se habían derrumbado, y la casa le parecía una horterada (gracioso que lo dijera ella).

Y esa desilusión le había llevado, finalmente, al tren en el que estaba.

Marcando el reloj a sus espaldas las 7:50, Rochelle giró la cabeza hacia la ventana, donde el paisaje lleno de árboles de ramas tambaleantes, progresiva aridez y… helechos, le devolvía la mirada. Irse hacia México, a vivir una posible aventura (literal, no sentimental, por supuesto; era fiel a su esposo después de todo), era la repuesta que necesitaba.

Sólo con el mero hecho de imaginar el viaje ya empezaba a ilusionarse y sentirse exultante; tras irse la Duquesne a hacer cualquier cosa, Rochelle empezó a levantarse, no sin antes llamarle la atención algo: unos billetes de tren que había sobre la mesilla.

¡Eso era! ¡A eso se refería la bruja! Necesitaba vivir una aventura, cambiar de aires realmente, e irse a… donde fuera que fuese el lugar que salía en los tickets. Marbella, un barrio en un municipio de México, sonaba completamente atractivo, ¿verdad? (Obviamente, Rochelle no había oído hablar de la Marbella española). Así que empaquetó sus trastos más preciados, un par de recambios a su ropa, la lencería, y partió hacia allá el mismo día. Un billete de viaje único, y la cabeza llena de ilusiones, era lo único que levaba fuera de su maleta; por no hablar, claro, de la expectación por, al fin, aprender a apreciar a Enzo y a tomar decisiones. Bueno, tenía que admitir que llevaba algo más: un estuche para arreglarse las uñas.

¡Quién sabe que clase de esthéticiennes habría allí abajo!

©Eduardo Melero Verdú, 2021

Edu Melero es colaborador en CosmoVersus. Algunos de sus relatos forman una serie con los mismos personajes; este sigue los eventos de Aquelarre Moderno.

Tripulación CosmoVersus

Eduardo Melero
Eduardo Melero
Si fuera cuadro en vez de persona, sería algo así como esas acuarelas de paisajes tan ajadas y difuminadas que parecen una pintura fauvista (cuando es en realidad un lago con nenúfares). Podría parecer que esto es una desvaloración a mí mismo, pero todo lo contrario: me encantaría tener todos esos colores.

Soy un periodista que, mientras está en paro, enseña música. También soy un músico que, mientras no toca, escribe críticas, diálogos, o cualquier burrada que se me pasa por la cabeza. Si veis mi nombre y frases aquí, es gracias al creador de este blog. ¡Pero no le digáis que os lo he dicho!

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