‘¡Tía, estamos en 1984!’, un relato de Marcos A. Palacios [Parte 2 de 2]

¡Tía, estamos en 1984! Marcos A. Palacios vuelve con un relato desenfadado, a su mejor estilo. Sin motivo aparente, Jade y sus amigos son transportados a una discoteca en 1984.

¡Tía, estamos en 1984! Parte 2 de 2

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No obstante, entraron a la pista. Todo el mundo allí saltaba, bailaba, bebía… Parecían monos de feria, pensó Jade, porque eran muy extraños. Primero, no estaban en su casa; y segundo, aquella gente se asemejaba a las de las fotos de juventud de sus padres. Algo que la horrorizaba, por la sencilla razón de que siempre le pareció una época hortera, insípida, con música demasiado infantil y ropa “para jóvenes reprimidos”.

Y, por extraño que resultara, fumaban sin ningún tipo de impunidad. El aire apestaba. Pronto las ropas quedaron impregnadas de un aroma rancio y seco. Al momento se olvidó de todas aquellas afirmaciones negativas. Su cuerpo se tambaleaba siguiendo los compases de una canción.

“…living in a material world, and I am a material girl. You know that we are living…”

Los demás se la quedaron mirando sin entender. Alguien los arrastró al gentío. Como hipnotizados, dejaron de hacerse preguntas y mirarse unos a otros con semblante interrogativo. Había fiesta. Una buena fiesta. De elementos extraños y desconocidos para ellos, pero, al fin y al cabo, el jolgorio era lo que importaba. Chicos, chicas, copas y altavoces, luces inquietas, gritos… y música como la que sonaba en M80, que solo sintonizaban en los centros comerciales.

En medio del éxtasis Jade ni lo pensó dos veces. Agarró del brazo a Laura sin parar de bailar. Una muchacha rubia y enjuta se les acercó.

—Tías, ¡qué ropa más chula lleváis! ¿Dónde la habéis conseguido? Estáis llamando la atención de todos.

—¿Nosotras somos las raras? —contestó Jade. Laura le respondió en silencio. Sí, en aquel lugar, ellas eran las raras.

—Me llamo Crissy —dijo la muchacha. Seguidamente, les invitó a su copa, que resultó ser solo un refresco.

Laura casi no tuvo tiempo para impedir a su amiga beber de una copa desconocida, Jade la apartó. Se conocían bien.

—¿Y qué canción es esta, Crissy? Me encanta, ¡está hecha para mí!

—¿De dónde sales…?

—Jade.

—¿De dónde sales, Jade? Es Madonna.

—¿Madonna? Pero es muy diferente a Madame X

—¿Cómo dices?

—¡Ay, no sé, sólo sé que me encanta!

Y se perdió con Crissy en la pista de baile, rodeada de muchachos con camisas a cuadros, vaqueros rotos —lo único que no parecía atemporal allí— y cabellos engominados.

Teo encontró a Dani con actitud de fastidio en la barra, soltando maldiciones mientras se quitaba un padrastro del dedo. No es que le molestara realmente, pero la música no tenía la chispa de su época. Confundido, esperaba a que Jade le prestara una atención que sabía que nunca tendría.

—Mira, no sé qué pasa, pero qué remedio. ¿Querías fiesta? Pues aquí estamos. Quita esa cara, hombre —Laura apareció entre la multitud, insistiendo a Teo para que se uniera al baile, pero este la rechazó. No pareció ofenderla, porque siguió riendo y se fue con Jade y Crissy.

—No es eso. Es que… Aquí son todos muy blanquitos. Y creo que me miran raro.

—Siempre hay alguien a quien le gustas. Y no todos son blancos. Anda, no me vengas con esas… ¡Vamos, pide algo!

—¿Y con qué pago? ¿Has visto qué billetes usan aquí? Deben de ser algunos vales o invitaciones, porque nadie lleva euros.

Dicho lo cual, el disc-jockey —así rezaba en la cabina del grandullón que se encontraba manejando pletinas y vinilos con unos enormes auriculares al fondo de la barra— cambió la música ante el inminente final de la canción que sonaba hasta entonces. Los compases parecieron cautivar a Teo.

“If there’s somethin’ strange in your neighborhood, who ya gonna call?”

—¡Tío, esta me suena!

Un par de muchachas levantaron los brazos de Teo, satisfechas y acaloradas al comprobar su masa muscular. Sin decir más, desapareció con ellas. Dani observó cómo Laura se quedaba boquiabierta ante aquella… ¿podría llamarse traición? Al final no vio terminar el culebrón, porque se dio la vuelta y pidió una cerveza. El camarero esperó unos segundos, mirándolo de arriba abajo. Ensalivó la palma de su mano, la arrastró por el flequillo hasta que quedó de punta, y le sirvió una cerveza bien fría, tal como había pedido.

—Estás invitado, para que te animes —dijo el camarero, sonriendo al tiempo que mascaba chicle.

Dani cogió la botella pronunciando un tímido “gracias” para alejarse lo máximo posible de allí.

—Oye, si no encuentras lo que buscas, vuelve —exclamó desde detrás de la barra.

Crissy parecía descomponerse de la risa cuando, detrás de él, estuvo a punto de derramarle la cerveza.

—Oye, ven, no te quedes ahí. Jade te busca. Si no te das prisa, se la lleva el mejor postor.

—Qué simpática eres.

Pero Jade y Laura no estaban en el rincón con Teo y los amigos de Crissy. Se habían ido al baño. Por extraño que pareciera, no había cola. Solo un par de muchachas dándose maquillaje y cardándose el pelo.

—Míralas, Laura, parecen muñecas de porcelana. Qué pieles más blancas. ¿Cómo pueden salir así a la calle?

—Esto es muy raro. Pero yo me lo estoy pasando de miedo.

—Sí, ya veo que has dejado a la monja en el garaje. Suéltate el pelo, ¡vamos! Olvida a Teo por un rato. Mírame a mí, tengo a Dani siempre dispuesto a complacerme, pero nunca le doy lo que quiere. Si no, seguro que se iría detrás de otra a la primera de cambio. ¡Oh! Eso no cambia estemos en la época que estemos. Venga, podrías ser más promiscua, a veces aburres con tanta moralina.

—¿A qué te refieres?

—¿Aún no te has dado cuenta? ¡Tía, estamos en 1984! Me lo ha dicho Crissy. ¡Las chicas ya no se esconden! Creía que la época de nuestros padres era una cárcel, pero no. ¡Y yo sin mi móvil! Nadie me va a creer.

—Esto es una fiesta temática de esas que se montan los cuarentones. Pero… sin cuarentones. Suponía que eras más lista.

—¿Perdona?

—¡Oh, vale! Vete con tu amiga Crissy, sois tal para cual. ¿Has visto cómo se frotaba con ese tío que le debe sacar al menos diez años más?

—Ay, tonta, ven. Es que… estoy muy emocionada. Todo esto es increíble. Yo, que siempre he criticado las cosas antiguas… ¿Te puedes creer que esta música es lo más? ¿Y cómo bailan? Me ha costado un poco, pero… ¡Quiero esas ropas! Mis padres van a flipar. Me declaro fan de los ochenta.

Salieron de nuevo a la pista de baile, donde Teo y Dani bebían y cantaban sin mirar con quién. En ocasiones, algunos les miraban preguntándose por el inusual entusiasmo que mostraban. ¿Estarían de celebración? En lo que a ellos respecta, sí. Una cultura, si no un mundo, se abría paso ante ellos, haciéndolos protagonistas. Estaban seguros de que, si en circunstancias normales les hubieran invitado a una fiesta así, habrían rechazado la propuesta.

Lo que estaba claro es que no era una noche cualquiera, en un lugar ni tiempo para nada normales. Y les importaba tres cominos por qué sucedía todo aquello.

Con Crissy todo era más fácil. Sin preguntar por qué —tomó a Jade y a Laura por dos chicas rurales pero modernas— les enseñó a maquillarse y arreglarse un poco el pelo, pues, decía ella, llevaban un peinado “demasiado liso” para salir. Las puso al tanto de las últimas canciones que sonaban por todas partes, incluyendo Relax y I want to break free. También les mostró lo que tenía en su bolso: un walkman de color rojo con las pilas recién cargadas para la vuelta a casa con el que escuchaba a Madonna, Bonnie Tyler y Cindy Lauper, sus favoritas, los dos últimos nombres del todo desconocidos para las chicas.

Alguien gritó con desesperación y la música paró. Por difícil de creer, nadie dijo nada, ni lamentos ni fastidios por quedarse sin música. Eso sí, las luces se prendieron al completo, dejando ver un antro de factura humilde pero decorado con gusto. Los altavoces exhalaron la voz del camarero que no quitaba los ojos de encima de Dani.

—¡Todos fuera, en orden, hay fuego en los baños! ¡Tened cuidado, no os empujéis! ¡La salida está escaleras arriba, id en orden!

A pesar de las palabras de calma, en estas situaciones nunca resulta lo que uno desea. Tras la expectación, llegó el miedo y la histeria. Todos los asistentes, gritando, se apelmazaron a la entrada de las escaleras de subida de la discoteca, logrando solo unos pocos salir a cuentagotas a la superficie.

Dani tomó a Jade de la mano dispuesto a salir por donde la turba encallaba el paso. Teo y Laura decidieron ir por donde habían venido: la puerta misteriosa que, por fuerza, debía conducir al garaje de Jade. “Esto es más complicado que actuar en Hollywood”, pensó Jade. Después de unos segundos de duda, y viendo a Crissy desesperada en el embudo de la salida, optó por volver con sus amigos. La sala olía ya a chamusquina, y un calor sofocante se hacía notar en el ambiente. Probablemente, el fuego salía de los baños para arrasar el resto del local.

Corrieron sin mirar atrás en el pasillo oscuro, que cada vez se llenaba más de humo. No encontraban la puerta del garaje, y no pudieron más. Tosiendo y con el terror asomando a sus ojos medio ciegos, se desplomaron en el suelo hasta que un portazo los despertó. La madre de Jade, con las manos tapándose la boca para evitar decir una palabra malsonante, de esas que detestaba pronunciar delante de su hija, parecía un globo a punto de explotar.

El garaje parecía más bien el escenario de una noche de espesa niebla en Londres. Solo que la niebla era humo del canuto de Jade.

—¡Fumando porros en casa! ¿No te da vergüenza, Jade? Y tus amiguitos, anda que parecían tontos. Vamos, ¡abrid las ventanas! Ya verás cuando se lo diga a tu padre…

—Pero, mamá… yo… —Jade, confundida y atontada, apenas podía articular una frase. De su mano temblorosa, dejó caer el walkman rojo con sus auriculares—. ¡Mamá, estamos en 1984!

—¡Estás castigada!

©Marcos A. Palacios

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Tripulación CosmoVersus

Marcos A. Palacios
Marcos A. Palacios
Administro CosmoVersus y colaboro con la Editorial Gaspar & Rimbau, donde he publicado mi primera obra antológica 'Fantasía y terror de una mente equilibrada' y corregido y anotado los libros de los 'Viajes muy extraordinarios de Saturnino Farandoul', entre otras ocurrencias. Mis reseñas van más allá del mero apunte de si este o aquel libro me ha gustado mucho o no. Busco sorprender y animar a los lectores a leer y compartir mi experiencia personal con los libros, igual que los compañeros de CosmoVersus. Soy muy retro, y no por mi edad, pues a los 20 años ya estaba fuera de onda. Perdón por no evolucionar al ritmo de los tiempos, pero es que soy yo.

2 comentarios sobre «‘¡Tía, estamos en 1984!’, un relato de Marcos A. Palacios [Parte 2 de 2]»

  1. Curiosa peripecia espacio-temporal con la música, la estética y la cultura de una época, como fueron los 80, que sigue dejando un poso en generaciones posteriores. Relato sazonado de ironía que muestra la cara alocada, un tanto vacua en ocasiones, del mundo adolescente.

    1. Hola Eduardo, gracias por tu comentario. Me alegro de que te guste este relato. No es lo mejor que he escrito, pero es un reto con un amigo basado en unos personajes de una serie de los ochenta (que nada tiene que ver la historia con ellos). Aún así, creo que he conseguido mi cometido, que es entretener, e ironizar como me gusta hacerlo siempre. ¡Un saludo!

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